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((**Es19.72**) menos propagarse. íY los medios faltaban muy a menudo! >>Cómo se las arreglaba entonces? Exponía sencillamente las graves necesidades de su Sociedad a las personas pudientes para obtener su generosa ayuda, mas sin violentar jamás la libertad de su voluntad con importuna porfía. En el Venerable Siervo de Dios se unían maravillosamente las dotes y los recursos aptos para formar el mejor preceptor, lo mismo los que se tienen por naturaleza como los que se adquieren por la experiencia. Su palabra suave llegaba al alma de los muchachos y de los alumnos, los recibía con paternal bondad, los entretenía con amenas conversaciones, los adiestraba maravillosamente en la virtud y en la piedad, como hace un padre cariñoso que acoge a todos con el mismo afecto, que se preocupa por cada uno de ellos, que se gana el amor de todos y los liga a sí, uno a uno, con el dulce vínculo del amor. Era todo suavidad, como si los bajos antojos no tuvieran en él raíz alguna. Manaba de su palabra una eficacia desconocida y casi divina que aclaraba las tinieblas de la mente, movía los corazones y los seducía para el cumplimiento de los preceptos evangélicos. Compuso y difundió numerosos escritos, aptos para instruir la mente y enfervorizar el alma en la piedad. Y así se mostraba el Venerable como un digno sacerdote de Dios, cuyos labios guardan la ciencia para enseñar a los ignorantes y sacudir a los durmientes. No dejó ni un momento de atender a este santísimo ((**It19.77**)) cuidado de dilatar y perfeccionar la sociedad por él fundada; más aún, quiso añadir otra, que llamó Hijas de María Auxiliadora, para atender a la jovencitas. Puso las dos bajo la protección de San Francisco de Sales, a quien había elegido por Patrono y de quien era muy devoto. Hubo de aguantar muchos trabajos para la estabilidad y desarrollo de las dos familias, y afrontar valientemente las más difíciles pruebas, y supo tolerar pacientemente muchísimas molestias, procedentes de donde habría podido, en cambio, esperar valioso apoyo. Y, además de esto, encaminó su ánimo y sus fuerzas hasta las gentes bárbaras y salvajes habitantes en las tierras más lejanas y casi inhabitables, para que pudieran participar de los mismos beneficios. Guiado por esa sabiduría, que se despliega vigorosamente de un confín al otro del muendo y gobierna de excelente manera todo el universo (Sb., VIII, 1), vio todas las obras que había emprendido para gloria de Dios y salvación de las almas, y no para acumular fortuna y gloria humana, coronadas por el éxito, en medio del estupor de todos y también de los que querían ignorar o disminuir la virtud de quien la realizaba. El nombre del sacerdote Juan Bosco adquirió de este modo tanta fama, que casi no hay en el mundo un lugar donde no sea conocido y venerado. Después de su dichosa muerte, acaecida el último día de enero de 1888, a los setenta y tres de su edad, brilló todavía más la fama de santidad de un hombre tan grande en el común sentir de las gentes, de tal modo que, apenas habían pasado cuatro años, cuando ya se pensó seriamente en elevarlo al honor de los altares. Por eso se instruyeron cuidadosamente en la Curia Eclesiástica de Turín los procesos según las normas del derecho, sobre su vida y sus obras; y, terminados los diversos juicios que nuestras leyes establecen rigurosamente anteponer, empezóse el examen formal de sus virtudes, que se realizó en cuatro sesiones, observando cuidadosamente la loable severidad que confiere mayor fe y autoridad a esos gravísimos juicios. La Congregación Antepreparatoria se celebró el último día de julio de 1925 ante el eminentísimo cardenal Antonio Vico, relator de la Causa. Siguieron a ésta dos Preparatorias en las cuales se discutieron muy cuidadosamente todos y cada uno de los(**Es19.72**))
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