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((**Es19.339**) veneración, mientras declarándome hijo obedientísimo de la Santa Iglesia, tengo el honor de profesarme Del Eminentísimo Señor Cardenal Prefecto, etc. Seminario Arzobispal de Bra (prov. de Cúneo). 25 de octubre de 1895. Muy atento y seguro servidor, JUAN TURCHI, Pbro. prof. 11 Don Bosco y la Conciliación No deja de tener un providencial significado que la beatificación de don Bosco y las solemnísimas fiestas preparadas para ello coincidan con los días en que se sanciona y ratifica la Paz entre la Iglesia y el Estado. Todos están de acuerdo en que la primera base de lo que hoy celebramos como acabado, estuvo en que Pío IX no abandonó Roma después del 20 de septiembre de 1870, cuando, desde diversas partes se le quería conducir al arriesgadísimo exilio, y él mismo dudaba sobre lo que debía hacerse. Don Bosco le determinó a quedarse. El Papa le había pedido consejo, y aquel sencillo sacerdote, después de haber orado largamente, envió una respuesta que, lo mismo en la sustancia que en la forma, tenía toda la decisión y el valor de los Santos, a cuya humildad, no repugna, si es menester, hablar fuerte, hasta a la suprema autoridad. Revivía en él la seguridad de Santa Catalina de Siena. Le envió, pues, a decir: <>. El Papa -si no resulta temeraria la expresión- obedeció. Pío IX había comprendido con qué clase de hombre trataba. Desde 1858 le había conocido en Roma, cuando don Bosco fue allí por vez primera a presentarle el plan de fundar la Sociedad Salesiana. Por eso, cuando en 1865 vio don Bosco que había en Italia ciento ocho sedes episcopales vacantes, por causa de los trastornos políticos, se atrevió a escribir al Papa ofreciéndose para entablar negociaciones entre la Santa Sede y el Gobierno y reparar aquel daño para las almas; el Papa agradeció aquella instancia como agradeció que don Bosco hablase de ello con Juan Lanza, ministro del Interior. Con ello se consiguió una carta de Pío IX a Víctor Manuel para que le enviase un personaje encargado de tratarlo y la respuesta del Rey consintiendo en ello. De ahí nació la misión Vegezzi, que, sin embargo, no dio resultado por las indiscreciones de la Prensa y los alborotos del Parlamento. El grande y dificilísimo asunto fue reanudado por el Ministerio Ricasoli a fines del 1866 después de la guerra ((**It19.413**)) con Austria y nació la misión Tonello, la cual dio buen resultado, porque Ricasoli supo hacer lo que ninguno de los gobernantes había sabido hacer desde 1848, es decir, ayudar al mensajero oficial -habían sido muchos los enviados, con s finalidades, desde los primeros tiempos hasta entonces- con un negociador oficioso que, gozando de plena confianza de la Santa Sede pudiese servir de intermediario. Ricasoli y Lanza tuvieron el alto mérito de adivinar la extraordinaria aptitud de don Bosco para ello, como un diplomático improvisado. Si el espacio nos permitiese narrar con todos los pormenores la (**Es19.339**))
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