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((**Es19.318**) hijitos y buenas hijitas. Nos hemos reunido aquí y nos volveremos a reunir mañana, en una función más solemne, más grandiosa, precisamente para gozar y gloriarnos también nosotros con la exaltación y la gloria de la gran Sierva de Dios. Gloriarnos también nosotros, porque ello es justo y obligatorio. La Venerable Mazzarello es de nuestra familia y nosotros somos de la suya. En la Comunión de los Santos, en la unión del cuerpo místico de Cristo, somos todos los fieles, no sólo hermanos y hermanas, sino miembros del mismo cuerpo, del mismo organismo sobrenatural que vive la misma vida de Dios, que se transfunde ((**It19.386**)) en él. Es natural que hijas y hermanos se honren con la gloria de la madre y del padre. Y he aquí el punto de arranque bueno y práctico: gloriarnos de esta nuestra hermana, es algo que está bien; podemos y debemos hacerlo; pero ella a su vez, tiene el mayor derecho, el más alto y soberano para poderse complacer de nosotros y no tener en nosotros unos hijos degenerados, sino fieles a la gloria de aquella Sangre divina, que le ha santificado a Ella y debe hacernos santos también a nosotros. Hijos fieles del gran nombre de la familia cristiana que nos liga a Jesucristo y a todos los Santos, comenzando por la Inmaculada Virgen María, debemos obligarnos a honrar, glorificar a esta gran familia. Que no tenga que avergonzarse jamás de ninguno de nosotros sino que siempre pueda gloriarse de nuestra conducta, de nuestra vida cristiana, que es lo mismo que decir vida santa, como ha sido la de la gran Sierva de Dios. No es dada a todos la misma medida de gracia, pero a todos se les da esta vocación de santidad. Todos somos llamados a esta santidad, pertenecemos a una familia de Santos, a un cuerpo santo, y por consiguiente debemos serlo también nosotros en la medida de la gracia, que Dios nos otorga, con tal de que encuentre fe y generosa correspondencia en nuestra conducta. Que toda nuestra vida, como diría el apóstol, sea, por tanto, en las obras y en las palabras, digna del gran nombre que llevamos, de la gran familia a la que pertenecemos. Entonces sí que habremos honrado a esta Sierva de Dios del modo que se espera de nosotros, y también podrá aplicársenos aquella gran palabra, una de las más bellas y grandes pronunciadas por San Pablo: Apostoli gloria Christi! Palabra singularmente hermosa, sublimemente grande. Esta es la vocación de todos los fieles: la de ser, en la medida que Dios destina a cada uno con su gracia, gloria de Cristo, lo mismo que lo ha sido y será por los siglos su humilde sierva María Mazzarello. He aquí una creatura que con su nombre, con su fama, con su ejemplo, rueda por todo el mundo y lo domina, proclamando la gloria de Cristo, el único que puede cumplir este milagro: hacer de una humilde mujer, una grandeza y una belleza moral como para colocarla en lo alto y obligar al mundo a rendirle todo honor y toda gloria. Este es, por tanto, el augurio paterno, como fruto de las grandes solemnidades: pues somos hijos y hermanos de Santos, seamos también santos nosotros: aseméjese nuestra vida a la suya, reproduzca algo de su sublime moral, de forma que participe en la gran gloria tributada a los Apóstoles, es decir, ser la gloria de Cristo. En la función de la mañana siguiente, se llenó la Basílica de San Pedro por completo. Aumentaron el brillo de la pompa litúrgica once Cardenales y treinta y siete Obispos, nueve de los cuales eran salesianos. El Breve pontificio, que declaraba ((**It19.387**)) Beata a la Sierva de Dios, resumía su vida y contaba la tramitación de su Causa. Entre una y (**Es19.318**))
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