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((**Es19.312**) no había cohesión, las resquebrajaduras desvencijaban cada vez más la trabazón. Para conjurar una catástrofe se recurrió a inyectar cemento en todos los puntos de la mampostería, comenzando por el basamento. Trabajó en ello durante dos largos años una sociedad especializada en este género de obras, inyectando cemento hasta que fueron tapados todos los agujeros y unidas todas las partes desencajadas. Se emplearon seis mil quintales de cemento. El otro contratiempo se manifestó, cuando la primera fase de los trabajos casi estaba acabándose y se aproximaba la fecha de la inauguración. Las columnas que aguantaban el mayor peso de la parte ampliada presentaban cerca de los capiteles señales de resquebrajaduras, como consecuencia de una carga excesiva o de la poca cohesión que a menudo se encuentra en el mármol fuertemente coloreado. Es fácil de imaginar la preocupación del Ecónomo y del arquitecto, que tuvieron que proveer sin demora otras veinte columnas de mármol más compacto y colocarlas en el lugar de las primeras, una tras otra y con infinitas y arduas cautelas. Uníase a este enojoso asunto el molesto pensamiento de mantener secreta la cuestión, a fin de que no se trasluciese y suscitase imprudentes alarmas, con peligro de crear desconfianza en el público. En tal apuro resultaron muy provechosos los consejos de dos celebridades en el campo de la ingeniería. Gracias a ellos, la diligente actividad de los que dirigían los trabajos, no sólo alejó oportuna y eficazmente el peligro, sino que, con el cambio de mármoles, añadió nuevo mérito y ornamento a la obra. Cuando se pidió, al fin, a los ilustres peritos que presentaran sus honorarios, ambos respondieron que se sentían muy satisfechos y honrados por haber servido a don Bosco. Se trataba de los profesores Antonio Giberti de Turín y Arturo Danusso de Milán. Con ritmo aceleradísimo en las últimas semanas, diose casi por acabada la parte que se deseaba para las fiestas ((**It19.379**)) del cincuentenario, cuya celebración se quería conmemorar el nueve de junio, por coincidir con el septuagésimo aniversario de la dedicación del templo. Los que iban con frecuencia a la iglesia respiraron, al ver que empezaban a quitar los andamios que la ocupaban desde hacía tres años, y a desclavar las vallas, que cerraban la capilla de don Bosco, levantadas a lo largo de los muros a decorar. Y experimentaron la mayor satisfacción cuando se empezó a destruir la pared provisional de detrás del altar mayor, también provisional, que subía desde el pavimento hasta la bóveda y, a manera de un inmenso telón, escondía a los ojos del público la febril actividad de los trabajadores dentro (**Es19.312**))
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