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((**Es19.290**) gracia>>; la piedra que nosotros colocamos hoy es un poema de gracias, es un canto de agradecimiento y de amor. Esta piedra canta la sonrisa de María a don Bosco, el amor de cinco grandes ntífices, la devoción de millares de Obispos y la admiración de los caudillos de los pueblos. Canta, en nombre de don Bosco, la inocencia de muchos niños, la pureza entusiasta y laboriosa de millones de jóvenes, el trabajo ruidoso de muchos talleres, la oración de muchos corazones, las esperanzas de muchas familias, el consuelo de muchos afligidos, la resignación de muchos leprosos, la civilización de pueblos enteros, el reconocimiento de muchas naciones, el sufrimiento ((**It19.350**)) apostólico de muchos misioneros; canta el esplendor de dos púrpuras romanas, el sacrificio de dos mártires, la floración de muchos Santos. Y seguirán cantando -el altar y la Basílica ampliada- las glorias cada vez mayores del Santo que fue, en nuestros tiempos, el más italiano y el más internacional; del Santo que tuvo calidad piamontesa, genialidad italiana y corazón universal; del Santo, cuya vida fue un milagro y es un romance, en cuya Obra parece natural lo sobrenatural; del Santo, que renovó en el siglo XIX las florecillas de San Francisco y adivinó el porvenir; que fue intrépido y prudente; que fue Sacerdote en los despachos de los Ministros y se sintió italiano en el altar de Dios; que no tuvo más política que la del Pater noster y fue consultado por Príncipes; que tuvo las delicadezas de una madre y la voluntad invencible de un general; que supo hacerse amar y hacerse obedecer; que educó con la religión y persuadió con la razón; que enseñó a sus muchachos a creer en Dios y amar a la Patria, a mirar al cielo y hacer florecer la tierra, a cantar rezando y a rezar trabajando; que los educó en la escuela y en el juego, en la iglesia y en el teatro, con el deporte y con el examen de conciencia; que los acostumbró a unir el Ejercicio de la Buena Muerte en la capilla con la fiesta en el comedor; que fundó una Sociedad, la más alegre y la más sacrificada; del Santo, que fue, como el Evangelio, pequeño con los pequeños y grande con los grandes; que publicó con la misma fe la primera Colección de nuestros Clásicos y los folletos más populares; que escribió con el mismo corazón la Historia Sagrada del pueblo elegido y la Historia de nuestra Italia; que fue huérfano y se convirtió en padre de los huérfanos; que no tuvo pan y dio pan para todos; que fue, un día, muchacho sin techo y dio albergue a todos los muchachos; que halló dificultad para tener un maestro y abrió escuelas sin fin; que fue aprendiz y forjó generaciones de artesanos; del Santo que, como un nuevo San Benito, no sólo bautizó a los viejos bárbaros de las Pampas, sino a muchos nuevos bárbaros civilizados de Europa. Y cantarán durante siglos -este Altar y esta Basílica- las glorias del Santo que fue más para su tiempo que de su tiempo; que sintió las necesidades de su siglo y no tuvo sus defectos; que intuyó los peligros y previno los males; que, entre las incipientes luchas del trabajo, conservó en sus Colegios -con estudiantes y artesanos- el fuego sagrado de la colaboración de clases; que en la época de los Derechos del Hombre, enseñó el amor de Dios; que sintió los latidos de la primavera de Italia, experimentó las ansias de su independencia, pero tuvo siempre fe en su primado espiritual; del Santo que, desde la tarde del 20 de septiembre de 1870, llevó en el corazón la Conciliación entre la Iglesia y el Estado y que, desde 1871, inició con Juan Lanza las gestiones que alcanzaron su triunfo en el gran corazón de un gran Pontífice y en el genio titánico de un gran Duce. Y cantarán todavía por los siglos la grandeza de este Santo ((**It19.351**)) <>; del Santo de quien Pío XI se (**Es19.290**))
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