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((**Es19.237**) Un primer fruto de la santidad de don Bosco es el mismo don Bosco, esa personificación de las más selectas virtudes que los testigos oculares encuentran en él y que los documentos históricos atestiguan tan abundantemente. <>, decían, como movidos por una consideración sobrenatural, s ingenuos, y lo confirmaron hombres hechos y derechos, con su natural observación. Y, si el afecto filial no nos ciega, nos veríamos obligados a decir que, a sus diversas edades, alcanzó realmente, por cuanto es dado a la fragilidad humana, el grado de perfección que los años y los ministerios requerían en él. Otro fruto de la santidad de don Bosco es, además, esta prolongación de sí mismo que nosotros vemos, es decir, el conjunto de obras que siguen viviendo de su espíritu. Al partir de esta tierra, la santidad de don Bosco dejó tras sí todo un complejo de creaciones, en las que transfundió su soplo vital y que están destinadas, como cualquier cosa viva, a crecer y multiplicarse, adaptándose a la índole de los tiempos, a la condición de los lugares, al carácter de los pueblos. Quien conozca un poquito las obras de san Juan Bosco, sabe lo fecunda que es siempre su santidad. En tercer lugar, >>cuáles son para don Bosco los premios de tanta santidad? Nos limitaremos a decir que la virtud es premio de sí misma y que cuanto mayor ella sea, tanto mayor es el gozo que produce a quien la practica. Es una verdad muy sabida: así lo proclamaron, aunque de modo exclusivo, hasta los secuaces de una escuela filosófica pagana. El testimonio de la buena conciencia es fuente de íntima satisfacción, que compensa con creces las penalidades ocasionadas por las mismas cosas o por la malicia de los hombres. Don Bosco gozó de este premio de la santidad: también él experimentó la felicidad de los Apóstoles, que ibant gaudentes cuando digni habiti sunt pro nomine Jesu contumeliam pati. La santidad convierte en prueba de amor el padecer, y para el que ama, sufrir es gozar. Es un gran premio el de la santidad, no sólo por este efecto inmediato, sino porque contribuye inmensamente a aumentar el mérito de un premio mucho mayor, el mérito del alto premio que Dios tiene reservado en el Paraíso a sus elegidos. Y a eso se dirige toda la vida de los Santos, a atesorar méritos para el Cielo. Si no quedará sin premio un vasito de agua fresca dado por amor de Dios a quien tiene sed, >>quién podrá medir el galardón eterno de una vida como la de don Bosco, toda ella consumada en el más puro holocausto de sí mismo en medio de las llamas de la caridad? Ciertamente no sorprende a nadie la noticia de que, en el momento de la muerte de don Bosco, hubiera almas queridas por Dios y ((**It19.284**)) desconocedoras de su tránsito, que vieran, por divina concesión, su ingreso en la gloria, como un triunfo de solemnidad sin igual. Pero Dios, justo remunerador, va todavía más lejos a la hora de recompensar la santidad. Los Santos, que tanto trabajaron y sufrieron por su gloria accidental, son coronados por El con una aureola especial, que reclama la admiración sobre ellos, la veneración y la imitación de la humanidad. El culto tributado a los Santos coloca a estos héroes sobre el trono más espléndido que pueda existir, en el altar sagrado del templo de Dios, y se inclina ante ellos la piedad, mientras la elocuencia teje sus loas, la historia transmite sus grandezas y el arte embellece su recuerdo. He aquí hoy al humilde, al pobre, al atribulado don Bosco, glorificado de cara a todo el mundo, por mano de la Iglesia y gracias a la munificencia divina. Quisiera yo ahora que reflexionásemos bien en una cosa. Es una necesidad de nuestro corazón, más que una obligación de gratitud, alabar la santidad de don Bosco en sus características, en sus frutos, en sus premios. Pero no nos quedemos aquí, preguntémonos más bien: >>dónde estuvo el secreto de tan excelsa santidad? Yo no (**Es19.237**))
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