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((**Es19.232**) en silencio profundísimo hasta el Agnus Dei, en que el Papa se apartó del altar. ((**It19.277**)) Al Per omnia antes del Pater noster no se respondió Amén, porque el Pontífice cantó inmediatamente la oración dominical, como prescribe la liturgia papal de la Pascua. Y en cuanto dijo el Agnus Dei, volvió al trono, donde se arrodilló y esperó en actitud muy recogida la Comunión. El Cardenal diácono, que actuaba de ministro, se quedó sobre la tarima del altar y entregó al Prelado subdiácono, que actuaba como tal, la Hostia consagrada, colocada sobre la patena y sostenida por el <>, especie de ganchito en forma de estrellita. Dirigióse procesionalmente el subdiácono hacia el trono, donde esperó al Cardenal portador del Cáliz. El Padre Santo adoró profundamente el augustísimo Sacramento, se enderezó y comulgó por sí mismo con las dos especies, tomando solamente parte de la Hostia y parte de la Sangre con una cánula de oro. Tras unos instantes de recogimiento, dio la comunión con la otra parte de la Hostia al Cardenal diácono y al Prelado subdiácono, los cuales volvieron al altar con la patena y el cáliz. Al llegar allí, absorbió el primero, con la cánula, parte de la Sangre que quedaba en el cáliz y el segundo sumió el resto directamente del cáliz. Mientras tanto la Capilla acababa de cantar el celestial Agnus Dei perosiano. El Papa tomó la Ablución que el Cardenal Obispo asistente le ofreció en un cáliz pequeño, accedió por última vez con su cortejo al altar y acabó la misa con las oraciones y la bendición final. Después, mientras daba gracias, tres Canónigos de la Basílica vaticana exponían desde la galería de la Verónica, entre candeleros encendidos, a la veneración de los fieles las insignes reliquias de la Pasión que se guardan en San Pedro: el hierro de la lanza que atravesó el costado de Jesús muerto, un trozo notable de la santa Cruz y el velo de la Verónica. Cuando el tintineo argentino de dos campanillas indicó desde el interior de la galería el final de la manifestación de las reliquias, el Papa se dispuso al último gesto de todas aquellas sublimes ceremonias, a la bendición desde la galería exterior de San Pedro. ((**It19.278**)) <> La antigua costumbre de que el Papa bendijese desde la galería exterior de San Pedro Urbi et Orbi en la solemnidad de Pascua y en pocas más ocasiones especialísimas, se había roto desde 1870. Pío XI, en el día de su elección, casi preludiando la Conciliación, llegada siete años más tarde, quiso impartir desde allí su primera bendición, antes (**Es19.232**))
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