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((**Es19.200**) camino de la salvación; en todo, por todo y siempre la propagación de la Redención. El Beato había, pues, meditado profundamente el misterio de la Redención, He ahí una llamada más oportuna hoy que nunca, ya que es eso precisamente lo que Nos hemos ardientemente deseado y esperado para este Año Santo: que el pensamiento de todas las almas redimidas, de toda la humanidad salvada, vuelva con memorable recuerdo, con agradecida atención a la grandiosa obra, cuyos beneficios inapreciables se recogen, a la Redención y a su Autor, el Redentor. Da mihi animas, cetera tolle! >>Y qué nos dice el Redentor? >>Qué les ((**It19.237**)) dice a esas almas que de buena gana emprenden este camino? La primera palabra que desciende de la Cruz, en la que precisamente se consuma la Redención con la Sangre y la Muerte del Hijo de Dios, es la misma que dijo Jesús casi como prólogo de esta su obra divina: Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? >>De qué sirve conquistar todo el mundo si el alma tiene que sufrir perjuicio? Y esto ya es decir el inestimable valor trascendente de las almas, el incomparable valor de las almas. Ahora bien, esta misma palabra, esta misma lección nos la da el Redentor como testamento escrito con su divina Sangre mientras muere, en la Cruz: he aquí, dice El en aquella hora suprema, el valor de todas las almas; de cada una, por tanto, de nuestras almas. No ha creído El dar demasiado dando toda su Sangre y su vida, no ha creído pagar un precio excesivo, dando generosamente un precio de valor divinamente infinito. No queremos añadir nada más, sino invitaros a permanecer con esta gran palabra, con este gran amor de las almas, palabra y amor del Divino Redentor, al que tanto se acercó su fiel, esforzado, eficaz obrero, el Beato don Bosco, un instrumento tan valioso para la Redención de tantas almas. Con este último pensamiento pasó el Augusto Pontífice a bendecir a los presentes de acuerdo con las intenciones por ellos formuladas: a todos los hijos e hijas de la familia salesiana y de María Auxiliadora; a todos los demás que con su actuación colaboraban en su maravillosa actividad; a todos ellos y a todo lo que en aquel momento llevaban los allí presentes en su mente y en su corazón y deseaban ver bendecido juntamente con sus personas. Después de impartir la bendición, recibió el Padre Santo, de manos del Postulador, una copia del decreto leído poco antes. Descendió después del trono y reverenciado devotamente por los Cardenales, Prelados y Religiosos, retiróse a sus apartamientos, mientras el público comentaba en la sala y afuera todo lo visto y oído. Las condiciones más esencialmente requeridas para la Causa estaban cumplidas; sólo quedaban algunas formalidades, de las que hablaremos en el capítulo siguiente. Y como se aproximaba la fecha extraordinaria, comenzáronse enseguida los preparativos para los festejos en Roma y en Turín, que se preveía serían excepcionalmente grandiosos; sobre todo se pensó en organizar lo que de algún (**Es19.200**))
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