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((**Es19.199**) vemos que los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora sobrepasan los diecinueve mil socios: un ejército; y se diría que todo él está situado en la primera línea, todo él dedicado a un trabajo grande y productivo, ya que la divisa del Beato, y la que ha dejado como religiosa herencia, es el trabajo, y no queda bien en las filas de los Salesianos o de las Hijas de María Auxiliadora el que no es trabajador, la que no es trabajadora: el trabajo es el distintivo, la cédula personal de este ejército providencial. Y lo prueban otros datos: son mil ochocientas las Casas, ochenta las Provincias o Inspectorías como las llaman los Salesianos; se cuentan por millares y millares las iglesias, las capillas, los hospicios, los colegios; hasta resulta difícil catalogar a todos; son varios centenares de millar los alumnos del presente; hay que calcular por millones los exalumnos; pasan del millón los miembros de la tercera gran familia, la de los Cooperadores, esa longa manus, como don Bosco la llamaba, y Nos se la hemos oído definir así cuando, con humilde complacencia, como la de quien quiere dar importancia a otros, decía el Beato que, gracias precisamente a tantos Cooperadores, don Bosco -usaba siempre la tercera persona cuando hablaba de sí mismo-, don Bosco tiene unas manos bastante largas, con las que puede llegar a todo. Es difícil por lo demás, a pesar de estas cifras, medir aun en resúmenes aproximados, el bien que don Bosco ha hecho y sigue haciendo: sería suficiente la simple alusión a las dieciséis misiones, misiones propiamente tales, a las que hay que añadir el doble de misiones subsidiarias donde los Hijos y las Hijas ((**It19.236**)) de don Bosco, trabajan asiduamente para la conversión de los infieles. Un bien inmenso, extraordinario: bastaría solamente pensar en el fervor de educación tan múltiple -cívica, profesional, comercial, agrícola- pero siempre una, siempre la misma, cuando se considera que es una educación cristiana, total, profunda, exquisitamente cristiana. He aquí, aunque en lejana y pequeña proporción, la más hermosa síntesis que nos evoca espiritualmente la obra, grande como el mundo, y la figura del Beato don Bosco, rediviva y de nuevo entre nosotros, en estos felices momentos. Acude inmediatamente la pregunta: >>dónde está el secreto de todo este milagro del trabajo, de la extraordinaria expansión, del esfuerzo inmenso y del grandioso éxito? El mismo don Bosco nos ha dado la explicación, la verdadera llave de todo este magnífico misterio: nos la ha dado con aquella su perenne aspiración, o mejor, continua plegaria a Dios -porque fue incesante su íntima y continua conversación con Dios y pocas veces se ha cumplido como en él la máxima de: qui laborat, orat, puesto que él identificaba cabalmente el trabajo con la oraciónnos la ha dado con aquella su constante invocación: da mihi animas, cetera tolle: siempre las almas, la busca de las almas, el amor de las almas. íQué oportuna resulta esta llamada, esta plegaria personal del Beato Siervo de Dios en el desarrollo de tan hermoso, santo, edificante, fructuoso, de este Año Santo, de la Redención! En efecto, el Beato don Bosco había estudiado bien, había meditado, y mucho, constantemente, el misterio y la obra de la Redención para poder realizar toda su estupenda labor. Es más, debe decirse que precisamente esto es lo que únicamente la explica: él recibió de Dios el mandato específico, la misión especial de continuar la obra de la Redención, de difundir y aplicar cada vez más abundantemente a las almas sus frutos preciosísimos. Así es como se aprecia bien la grandeza de su actividad, lo mismo cuando se piensa en las almas llamadas por él a la Redención durante su vida, que cuando se piensa en las llamadas por la longa manus de sus hijos y de sus cooperadores: llevando por vez primera a tantas almas a verdaderas y personales resurrecciones espirituales, devolviendo las almas perdidas o abandonadas al (**Es19.199**))
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