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((**Es19.162**) el mundo, tributando el primer homenaje de la población turinesa al Beato. Se había calculado tan exactamente el tiempo y la articulación del cortejo se desenvolvió con tanta precisión, que la vanguardia de los dos grupos de Valsálice llegaba en el momento justo para unirse la retaguardia de los tres grupos ((**It19.189**)) que partieron de la Vía Díaz y la avenida de Cairoli. Cuando la urna llegó después de ellos a la otra parte del Po, con su séquito, se adelantó desde el Valentino el numerosísimo y variadísimo grupo decimoctavo, el cual, compacto como una legión romana, cerró hasta el término la sonora y armoniosa fantasmagoría de un cortejo, como nunca habían visto las amplias avenidas de la capital piamontesa. A medida que la urna avanzaba sonaban estruendosos aplausos y se oían ensordecedores vítores. Las mamás elevaban en sus brazos a los niños. Al asomarse, desde el fondo de la Plaza Vittorio, la marea de pueblo, que había invadido el espacio que dejaron libre los ocho grupos que estaban allí esperando, hubo una gran conmoción; todo era movimiento y gritos: parecía un mar en borrasca. Muchos de los más próximos se arrodillaban. El movimiento y el estrépito se propagó por la Vía Po, cuando la urna atravesó la Plaza y llegó a las primeras casas. Adelantaba por ella entre cantos y músicas, recibida por voces festivas, mientras a cada paso caía por encima y alrededor una lluvia continua de flores, formando un variopinto tapiz de pétalos y hojas. Veíanse en los balcones las manecitas de los niños agitándolas alegremente y las manos de los adultos que se adelantaban unidas en oración. El Don Bosco ritorna entonado continuamente lo aprendieron enseguida los espectadores de la calle y de los balcones que cantaban al unísono con los grupos del cortejo. El alegre sonido de innumerables campanas, uniendo concierto a concierto, aumentó el alborozo. Todo era alegría, emoción, entusiasmo. Hacia las seis se asomaba la urna a la Plaza Castello, la grande e histórica Plaza, donde se concentra el pueblo turinés en los momentos más solemnes y queridos de su alma. Ante el Palacio Madama, que se alza majestuoso casi en el centro, detúvose la urna para dar comodidad y tiempo a los grupos decimosexto y decimoséptimo para ocupar su puesto; eran los dos grupos de las autoridades y de las representaciones más distinguidas. El público se agolpaba tras los cordones militares. Banderas multicolores adornaban los balcones y ventanas de los edificios. Encima de los tejados se ((**It19.190**)) veían racimos humanos apretados en palcos improvisados. Por todas partes resonaban coros de voces de hombres y de mujeres y marchas musicales, que se oían (**Es19.162**))
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