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((**Es19.128**) cerrar las verjas y dejar fuera a una verdadera multitud que tenía derecho a entrar. Las protestas llegaron hasta el despacho del Maestro de Ceremonias, quien acudió personalmente a San Pedro para ver si era todavía posible admitir más gente. Y ello se logró, estudiando con más cuidado la distribución de puestos. Volvieron a abrirse las verjas y una nueva oleada de gente penetró en la Basílica. A las cinco presentaba el templo el aspecto de las mayores fiestas. No había un rincón vacío; sólo quedaba libre el pasillo central por donde tenía que pasar el Papa, y la guardia palatina lo mantenía y guardaba despejado. En el murmullo de la multitud se mezclaban todos los dialectos de Italia y casi todas las lenguas de Europa. Improvisamente se advirtió un movimiento hacia la entrada del fondo, y se comprendió que llegaba el Papa. Se hizo un silencio impresionante y todos los ojos miraban hacía allí. Avanzaba la cabecera de un imponente cortejo, cerrado por veinticuatro Cardenales, y en el hueco de la puerta principal, y sentado sobre la silla gestatoria como en un trono, veíase al Papa bendiciendo. Inmediatamente resonaron las trompas de plata desde el balcón que está encima, entonando la hermosa marcha de Silveri, la cual esparció por la Basílica un místico recogimiento. Pero fue cosa de un instante, porque la multitud, transportada por el entusiasmo, prorrumpió en delirantes aclamaciones al Papa de la Conciliación, al glorificador de don Bosco. Miles de pañuelos blancos se agitaban por el aire sobre aquella marea. Pío XI avanzaba bendiciendo con amplio gesto en todas direcciones. Llevaba la emoción dibujada en el rostro impregnado de expresión majestuosa y paternal. Cuando vio un cartel que ((**It19.147**)) se levantó sobre un grupo de jóvenes, en el que se leía: Casa madre de don Bosco en Turín, hizo detener un instante el cortejo y, en medio de la emoción general, bendijo repetidamente a aquel grupo. La estremecida manifestación lo siguió hasta el ábside, y se hizo aún más intensa, cuando el coro de la Capilla Julia lanzó las primeras notas del Tu es Petrus. Bajó el Padre Santo de la silla gestatoria, arrodillóse en el faldistorio, mientras se exponía el Santísimo; levantóse después, adelantóse y tomando el incensario, que le entregó el Cardenal Arcipreste, incensó la Hostia Santa y volvió al mismo sitio de antes. Los cantores ejecutaron el Iste Confessor, y entonaron a continuación las preces propias del Beato y el Tantum ergo. Después de la segunda incensación, el Salesiano, Mons. Corrêa, arzobispo de Cuyabá (Brasil), impartió la triple bendición eucarística. Esta función de la tarde, como también la de la mañana, corresponde por derecho al Cabildo de San Pedro; pero el Cabildo, de acuerdo con una instancia de don Francisco Tomasetti, (**Es19.128**))
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