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((**Es19.126**) Acabada la lectura, hubo un momento solemne. Pusiéronse todos en pie y clavaron sus ojos en la gloria de Bernini. A una señal se corrió la cortina que cubría el centro y apareció el nuevo Beato envuelto en millares de luces. Todo el ábside se iluminó con innumerables lamparitas. En el altar resplandecía un magnífico relicario. El inmenso público no pudo frenar su emoción a la vista de don Bosco en la gloria y prorrumpió en un clamor de aplausos entusiastas, que semejaba el estruendo del trueno bajo las gigantescas bóvedas. Una vez calmado ((**It19.144**)) el estruendo, se oía, desde el exterior, el resonar de las grandes campanas de San Pedro, cuyo alegre repique se propagaba de iglesia en iglesia anunciando a toda la Urbe la elevación de don Bosco al honor de los Beatos. Escribía el Osservatore Romano del día ocho: <>. Mientras tanto había entonado el celebrante el himno de agradecimiento: Te Deum laudamus! Y un grito de fe y de alegría le respondió, saliendo de miles de gargantas: Te Dominum confitemur! íDespués de tan difíciles y largas pruebas había llegado por fin la hora del triunfo! Allí estaba el don Bosco, a veces, incomprendido, contrariado, combatido, siempre en lucha contra dificultades de todo género; allí estaba brillando ya en medio de un fulgor de luces y hecho un himno de gloria que parecía querer traspasar los límites del espacio y del tiempo. Cuando el himno ambrosiano acabó, entonó el diácono, por vez primera, el Ora pro nobis Beate Ioannes y Mons. Valbonesi, el celebrante, cantó el Oremus e incensó la reliquia y la imagen. Vistióse después los ornamentos sagrados y empezó la Misa pontifical, celebrada con toda la solemnidad que se admira en la Basílica del Príncipe de los Apóstoles. La Capilla Julia, bajo la dirección del maestro Boezi, interpretó la parte musical. De acuerdo con la costumbre, se hizo una abundante distribución de estampas y Vidas del Beato. La función acabó al mediodía. La riada de gente, que salía por todas las puertas, se mezclaba en los pórticos y formaba un solo grupo, enormemente emocionado. Desde allí se vertía, a manera de rebosante catarata, por la amplia escalinata e iba a inundar la plaza que, en poco rato, pareció el mar movido por el viento. En el centro ((**It19.145**)) de la fachada de San Pedro flameaba al aire sobre aquella multitud un anchísimo estandarte. Los (**Es19.126**))
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