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((**Es19.111**) Los médicos, secundando tal deseo, llamaron, con el consentimiento del Promotor de la Fe, al doctor Jorge Canuto, profesor de la Universidad de Turín, el cual, después de prestar el juramento normal, se dispuso a la operación. Ayudado por ellos, envolvió los restos en un vendaje, impregnado hasta la saturación, en una preparación gelatinosa aromática, proceso de conservación que requirió tiempo. Lo ejecutaron de manera que el tronco, la pelvis y las costillas se mantuvieran en un solo cuerpo; las otras partes separadas fueron protegidas con una solución y barniz alcohólico de laca o goma de benjuí. Es éste un preparado que sirve para asegurar perennemente la conservación. Se sacaron algunas partes para hacer reliquias, y llevar unas a Roma, según costumbre, y entregar las otras ((**It19.125**)) a los Superiores Salesianos. Las primeras estaban destinadas a preciosos relicarios, que se debían ofrecer al Padre Santo después de la beatificación, a los Cardenales y a las Sagradas Congregaciones; las otras, confiadas a don Felipe Rinaldi, y encerradas también en relicarios, serían después distribuidas a los Salesianos, a las Hijas de María Auxiliadora, a los Arzobispos y Obispos, a las iglesias públicas y privadas y a los bienhechores insignes de las obras de don Bosco. Entre las reliquias entregadas por Mons. Salotti a don Felipe Rinaldi se destacaban la lengua y el pulmón derecho, el único no consunto. El mismo Rector Mayor recibió, además, ciento veintiocho gramos de sustancia cerebral reseca, que los médicos habían extraído de la cabeza por el gran hueco del occipucio. Después de la beatificación, don Felipe Rinaldi repartió en porcioncitas aquella materia, en otros tantos frasquitos de cristal, que fueron colocados en ricos relicarios y distribuidos a los Inspectores Salesianos e Inspectoras de las Hijas de María Auxiliadora. Los repetidos avisos de los periódicos sobre la suspensión de visitas a los restos obtuvieron un efecto contrario al que se quería. Ya fuera porque no se prestase fe a ellos, ya fuera porque se esperase vencer la consigna, el hecho es que la gente llegaba, de la mañana a la noche, y cada vez en mayor número. Había que dar una satisfacción a aquellas esforzadas personas, que no sabían resignarse a volver a casa desilusionadas: en consecuencia, se recurrió al expediente de hacer tocar en la cabeza de don Bosco los objetos religiosos y también ropas de los enfermos, que esperaban, con fe en el nuevo Beato, la curación de sus males. Acabados los trabajos descritos, los médicos prepararon el esqueleto para vestirlo. Las ropas debían tocar directamente el esqueleto, por lo que éste fue colocado o fijado con aparatos especiales ortopédicos (**Es19.111**))
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