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((**Es19.102**) infinidad de martirios incruentos a través de diversas condiciones y de los diversos grados de la escala social. Y también aquí hay una bonita palabra de un antiguo Santo y doctor, el cual dice que las celebrationes martyrum sunt exhortationes martyriorum, las celebraciones de los mártires son exhortaciones a los martirios. En efecto, hay almas, hay vidas cristianas que, inflamadas en los ejemplos del martirio, se consagran voluntariamente al precioso martirio incruento, necesario para guardar inviolada la castidad. Está el martirio incruento de muchas almas que voluntariamente, aun cuando se les ofrece todo y tienen todo en sus manos, lo abandonan y renuncian a ello para abrazar las privaciones de la pobreza. Está el martirio incruento de tantas voluntades que, con pleno conocimiento de los propios derechos y de la propia dignidad, renuncian a la propia libertad para sujetarse totalmente, inviolablemente a la obediencia, también cuando ésta anda envuelta entre las nubes de consejos no bien conocidos y que no se pueden comprender bien. Hay, en fin, muchos, muchísimos otros martirios incruentos, en la sencillez de las casas más humildes y familias cristianas. íCuántos verdaderos mártires encarados para guardar la pureza y la dignidad de las familias! íCuántas luchas, verdaderamente sangrientas en muchas ocasiones, de esa sangre moral, que son las privaciones y las lágrimas, para no adquirir ventajas demasiado caras a costa de la honradez! íCuántos mártires incruentos para mantenerse ((**It19.114**)) puros, inmaculados, dignos del nombre de hombres y de cristianos en medio de tan profunda depravación, para conservarse justos en medio de una carrera tan grande y desenfrenada por el dinero, para conservarse humildes, con verdadera y cristiana humildad de espíritu y de corazón en medio de tanta soberbia de vida y tan desenfrenada carrera tras el poder y la pujanza! Y la Iglesia espera el heroísmo del martirio de todos sus hijos, porque >>quién puede sustraerse a tales martirios incruentos? Porque allí donde hay deberes que cumplir, donde surgen dificultades y obstáculos para el cumplimiento del deber, allí es donde se debe afrontar generosamente el martirio incruento de las almas de un modo digno de la gloria de Dios y de su Iglesia. Y queremos acabar recordando las finísimas y elegantísimas combinaciones y disposiciones de la divina Providencia. Este humilde mártir, ya tan glorioso, que después de tantas dificultades y contrariedades de los hombres, de los tiempos, de las cosas, viene, por así decir, a la escena de la historia hoy precisamente, viene de la desunión de antaño, a la unión querida, buscada, realizada en la unidad de la Iglesia católica y confirmada con la sangre, viene a decirnos todas estas cosas precisamente en un momento en el que, en toda la Iglesia católica se estudia tanto y con celo superior a todo elogio, por lograr la unidad. Y también este nuestro antiguo conocimiento con don Bosco y (podemos muy bien decirlo) antigua amistad, aunque Nos estuviéramos en los principios de nuestro sacerdocio y él se encontrase ya próximo a su luminoso ocaso, esta nuestra amistad sacerdotal que nos lo hace revivir en nuestro corazón con toda la alegría, la satisfacción, la edificación de su recuerdo, se reaviva singularmente en estos días y en estas horas, mientras la figura del gran Siervo de Dios se perfila en el horizonte no sólo de todo su país, sino de todo el mundo, precisamente mientras se han registrado sucesos tan particulares y de tan solemne importancia en la historia de la Santa Sede, de la Iglesia, del País. Porque es bueno recordar, lo que ya hemos recordado con algún conocimiento de causa, que don Bosco fue uno de los primeros y más autorizados y considerados en deplorar lo que sucedía otrora, en deplorar tanta violación de los derechos de la Iglesia y de la Santa Sede, en deplorar que los que regían entonces la suerte del País (**Es19.102**))
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