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((**Es18.683**) 95 (el original en francés) El conde Colle a don Bosco Mi querido amigo: Todavía estoy muy cansado para escribirle yo mismo; pero, si no es mi mano la que escribe estas líneas, es mi corazón quien las dicta. Hemos recibido su apreciada carta con las inscripciones que usted ha querido honrarnos, al hacerlas grabar en las tres campanas de la iglesia del Sagrado Corazón. No he olvidado que le había prometido contribuir al pago de esas campanas, pero no recuerdo la cantidad de que habíamos hablado y le agradecería me la recordara de nuevo. Sigo enfermo y esperando mi curación por medio de sus súplicas al cielo, ya que he tomado tantos remedios que me pregunto si no me han hecho más mal que bien. Sigo en el campo, donde al menos gozo de una tranquilidad que me es totalmente necesaria. Mi esposa está bien: le ofrece conmigo los saludos más afectuosos y respetuosos. Hemos sabido ayer con gran satisfacción la feliz vuelta de monseñor Cagliero y la entrada en su Congregación del príncipe Czartoryski. El padre Perrot, que ha venido a vernos con el padre De Barruel, es quien nos ha dado estas noticias. ((**It18.810**)) Le rogamos, nuestro muy querido amigo, transmita a don Miguel Rúa y a todos sus excelentes padres nuestros saludos más cordiales. La FarlŠde, 18 de diciembre de 1887. Su afectísimo amigo, Conde COLLE 96 (el original en francés) Don Bosco y la comunión frecuente El abate Temmerman decía así, después de haber polemizado con algunos que desaprobaban la comunión frecuente de los jóvenes. (Véase la pág. 458 en la nota). Señores, hay un hombre en nuestro siglo, cuya gran autoridad en el asunto de la educación de la juventud es incontestable y cuya vida es una cadena de prodigios: me refiero a don Bosco. Permitidme os diga lo que este santo me dijo a propósito de la cuestión que tratamos. Era en enero de 1888. Estaba yo a punto de fundar una importante obra para la educación de los hijos del pueblo y quise aconsejarme con él. Fui a verle a Turín, precisamente la misma semana en que falleció. No pudo hacerlo él mismo, pero don Miguel Rúa, su fiel intérprete, y después su sucesor, me explicó la organización de la obra salesiana, y me comunicó el secreto de su prodigiosa potencia: este secreto se encierra totalmente en la comunión frecuente de los muchachos, tan frecuente como las circunstancias lo permitan, y no sólo de unos muchachos de predilección, de unos muchachos escogidos, sino de todos, por regla ordinaria. Creía yo que, a lo mejor, había entendido mal los avisos recibidos; creía que había exagerado algo el alcance de los mismos y escribí a don Miguel Rúa para obtener una dirección precisa y segura y he aquí lo que me respondió: (**Es18.683**))
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