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((**Es18.656**) y misericordia del Señor. Esperamos que la simiente de la palabra divina, que pusimos en sus rudos corazones, brotará un día y los hará todavía hijos de Dios, de la Iglesia y herederos del Paraíso. Las familias que tuvieron que partir acamparon en la orilla izquierda del río Negro durante algunos días: y como muchos de ellos eran todavía infieles, atravesamos el río tres días para instruirlos, a la sombra balsámica de los sauces llorones, que, con sus ramas, bañadas por las limpias aguas, nos defendían de los ardientes rayos del sol. Allí bautizamos en dos veces setenta adultos y algunos chiquillos. Recibieron la Confirmación ((**It18.777**)) y veinte padres de familia se santificaron con el matrimonio cristiano. Durante la ceremonia recordé las orillas del Jordán y el Santo precursor del Salvador del mundo. Ille in aqua tantum, nos auten in aqua et Spiritu sancto, el cual ha suplido con abundancia nuestra insuficiencia. Fueron, por tanto, bautizados y confirmados casi novecientos, los cuales, junto con los cuatrocientos niños del año pasado, suman mil trescientos. Tantos son los neófitos de la tribu de Sayuhueque, que vistieron su alma con el blanco vestido del santo bautismo. Junto con las verdades de la fe, les hemos enseñado a rezar las oraciones y el santo rosario, con el Deus in adjutorium y el Gloria Patri en latín, los misterios en indio y el Padrenuestro y el Avemaría en castellano. Era una verdadera satisfacción para nosotros oír a un grupo de muchachos y muchachas empezar y terminar por sí mismos el rezo del santo rosario. íOjalá que la Santísima Virgen proteja y defienda a esta nueva porción de la grey de Jesucristo! Don Domingo Milanesio habla en indio como ellos. Yo les hablaba por medio de un intérprete para las cuestiones importantes, y para la catequesis con un libro traducido a su lengua y me entendían muy bien. Como recuerdo de la misión, plantamos dos cruces en medio de sus toldos y bendijimos un sitio especial para que sirviese de cementerio cristiano. Les dimos el último adiós rezando un Padrenuestro, Avemaría y Gloria por el Padre Santo, y con un viva ad multos annos para don Bosco. El día nueve de enero, al atardecer, echamos a nado nuestros caballos y cruzamos a la otra orilla del río, en una barquita conducida por dos soldados. Como ya era de noche plantamos la tienda, que nos regaló la señora Nicolini y, después de cenar al resplandor de la blanca luna, nos echamos a dormir: yo en la tienda, don Domingo Milanesio en una cavidad seca junto al río, don Bartolomé Panaro y Zanchetta detrás de unas matas y los arrieros velando y guardando los caballos que pacían. Por la mañana, después de despertar un poco tarde, partimos para evitar la fuerza del sol, don Domingo Milanesio y yo solos, y después de un galope de seis leguas llegamos a la estancia de un rico señor muy bien colocado en el Ministerio de Buenos Aires. Aquí nos encontramos con un verdadero oasis en medio del desierto. Bonita casa, buena cama, buena cocina y un corazón todavía mejor. Nos quedamos una semana para descansar y restaurar las fuerzas un poquito, y también para instruir y bautizar a veintidós indios, que trabajaban allí de criados. El día dieciséis y después de otras seis leguas de camino, que yo pude hacer en un carruaje tirado por seis caballos, llegamos al nuevo pueblo de Roca. Apenas llegué, vino a visitarme el comandante Quirós y a ofrecerse para todo lo que fuere menester en nuestra misión. El general Winter envió telegramas a las autoridades militares y civiles para que tuvieran con nosotros las debidas atenciones y, gracias a estas recomendaciones, fuimos tratados muy bien: nos alojamos en un edificio nuevo, que sirve para colegio, y nos sirvieron dos soldados; a mí con la ración de general ((**It18.778**)) y a don Domingo (**Es18.656**))
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