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((**Es18.576**) Dios, el mejor de los bienes, y al prójimo, que representa la imagen del Dios viviente. Así, pues, no puede ser divina una obra que, aunque se haya iniciado en nombre de la fe, no tiene por compañera la caridad de Jesucristo, y si el que pone la mano en ella mira más a la propia bolsa que, al honor de Dios, si mira más su propio bien y lleva el agua a su propio molino; si no busca más que su propio gusto, si mira las cargas eclesiásticas y seculares, si mira a los honores y a las compensaciones, a asegurar la familia y multiplicar el patrimonio y los capitales, esta obra no puede ser más que humana y, más pronto o más tarde, está llamada a desaparecer. Dios es la pureza por esencia, espíritu simplicísimo y ajeno a la sombra de la culpa, y observan ese mismo espíritu aquellos cuyas obras se fundan en el espíritu de caridad. Yo inculco este principio: que las obras buenas sean fecundadas y regadas por la fe, pero es preciso que crezcan y se perfeccionen con la caridad; que haya en ellas la bondad de los principios, aquella rectitud y seguridad, aquel abandono, aquella abnegación y aquel sacrificio que sólo la caridad inspira. Major horum charitas (El mayor de estos dones, la caridad). Y ahora os pregunto a vosotras, venerables señoras, si en las casas de don Bosco hay caridad o no. Si no la hay en ellas >>dónde está? >>En dónde la encontraremos? En tal caso convendría decir que la caridad ha desaparecido de entre nosotros, que ha sido desterrada o que se ha perdido; pero eso es imposible, mientras haya entre nosotros almas justas que aspiran a la propia santificación, mientras haya pobres a los que ayudar y Pauperes semper habetis vobiscum (siempre tendréis pobres con vosotros), nos dice el Señor. Esta obra de fe se continuó por la caridad y el celo de las almas, a través de los oratorios. La caridad ha sido la que asoció tantos compañeros con don Bosco y los animó a sostener tantas penas, tantos dolores, persecuciones, sacrificios; la caridad es la que les ha sostenido hasta nosotros. El, el Apóstol de nuestros días, tuvo por fin la gloria de Dios, y quiso que Dios fuese conocido, adorado y amado por todo el mundo. Los medios de este Apóstol no fueron las amistades vanas, ni el favor de los poderosos, ni un rico patrimonio, ni la fama del filósofo o del literato. El no es ningún rico, no es un diplomático, salvo en los asuntos que se confían a los Santos. Es sabido que don Bosco no es un hombre político, aunque se relacione con los grandes; y, aunque sea culto y autor de diversas obras, no por eso pretendió nunca dárselas de hombre de ciencia. Humilde y modesto, escribe lo mismo que piensa y habla, y sus libros pasarán a la posteridad como expresión, ((**It18.671**)) como huella de la verdadera sencillez y de la humildad profunda en medio de este siglo petulante. Don Bosco es un hombre de Dios. Sus medios son la oración, el buen ejemplo, la mortificación, el sacrificio, la mansedumbre y, sobre todo, la paciencia inalterable, que se manifiesta en los movimientos pausados y nobles, en la palabra prudente y corta, en el tono dulce e insinuante. Llama amigos y compañeros a sus enemigos y perseguidores. Manso y tolerante, se gana a todo el mundo y amansa a las fieras más ariscas del desierto. No exagero en cuanto os he dicho sobre este hombre justo, a quien conocéis personalmente y cuya biografía puede que hayáis leído; creo no haberos dicho más que la quinta parte de cuanto podría decirse, y es una espléndida prueba de ello el espíritu que vemos transfundido en sus hijos. Con razón ha tomado como patrono un santo, que es sinónimo de dulzura y caridad católica, y dio a su Instituto el título de San Francisco de Sales, cuya imagen es él mismo. Y no se conformó solamente con el nombre; quiso que la fisonomía de este santo, es decir, su amabilidad y su mansedumbre fueran el programa, el medio y el fin de su institución. Y por muy sapientes que sean las leyes orgánicas de los Clérigos Regulares de San Cayetano de (**Es18.576**))
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