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((**Es18.575**) es innombrable en la casa del Señor, y escribiendo como lo haría Lucifer, si Dios le permitiese escribir lo que siente: <>qué es lo que este siglo, que va ((**It18.669**)) a acabar, ha realizado en el orden intelectual y moral? Nada. Lo ha destruido todo, lo ha aniquilado todo con su escepticismo. Ha sublevado los pueblos con sus quimeras, y no ha podido cumplir sus promesas: ha armado a los obreros y les ha dado piedras en vez de pan; ha suscitado las pasiones sin contentar a ninguno y ha levantado la duda en muchas inteligencias, Este siglo fenece, sin haber sabido suplir la fe con ningún sistema, con ninguna idea, más aún, ha destruido la tranquilidad y la moral de los pueblos>>. Estas son poco más o menos las palabras de uno que es quizás el más impío y escéptico de los escritores franceses. Y, sin embargo, ha dicho que la destrucción de la fe es íel peor mal del mundo! Y yo digo ahora, que si la Obra Salesiana no hiciese más bien que el de reanimar la fe allí donde está a punto de morir, darle vida donde está muerta, brillo donde está apagada e incierta, sólo esto bastaría para presentar el Instituto de don Bosco como una verdadera obra de fe. Pero es que el otro brazo, la otra ala es la caridad. La fecundidad de las obras de don Bosco procede de la fe y de la caridad; de la fe, porque ésta es la victoria que vence al mundo, como decía San Juan: Haec est victoria quae vincit mundum, fides nostra (ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe). De la fe, porque Dios quiere siempre demostrar que es El quien reina, que es El el único dueño de nuestro corazón. Domin us regnavit decorem indutus est (El Señor reinó, está revestido de gracia). No cede su honor a nadie y ha dado de ello ejemplos incomparables. Si El, Verbo de Dios, se ha humillado hasta la muerte, por lo que el Padre le ha levantado dándole un nombre sobre todo nombre, es para que nosotros, pobres criaturas, aprendiésemos a humillarnos por su amor, y se rindiere a Dios la gloria que le es debida. No quiere que el hombre se atreva, con enorme petulancia, a disputarle el derecho que él tiene sobre todo lo creado. El Señor ha hecho las cosas de manera que basta un soplo sobre las obras creadas por la sabiduría humana, para deshacerlas, como hace el viento con una llama, y da la fecundidad, la dilatación y la estabilidad a aquellas que fueron plantadas, fecundadas y cultivadas maravillosamente con la fe. Por eso hay tanta diferencia entre los héroes del mundo y los héroes de la Iglesia, entre las obras de los Santos y las obras de los hombres del mundo, hasta las de los más respetables. Por eso vemos a hombres rudos, con escasos conocimientos de las letras, fundar órdenes religiosas que todavía viven. La orden de San Francisco de Asís, fundada por un hombre casi ignorante, cubre desde hace seis siglos la tierra con su saludable sombra. En cambio, muchas otras instituciones, organizadas por hombres prudentísimos que lo previeron todo, no lograron prever que fueran inmortales y no perecieran. Cuando él concede vida y perpetuidad a una obra, si no queremos negar lo que ven nuestros ojos, debemos creer que éste es el sello y el carácter de la fe con que se inició esta obra, llevada infaliblemente por la caridad. Porque, en verdad, >>qué es la caridad sino la fe puesta en acción? Ya que, según la doctrina teológica, la fe del cristianismo es una virtud fundamental que crece de categoría con la esperanza y se perfecciona con la caridad ((**It18.670**)). Lo mismo que en el orden humano y racional no basta el convencimiento del entendimiento, si no va unido a las obras, ya que si uno tiene una convicción y actúa de otro modo, demuestra tener una convicción insegura y dudosa, puesto que en el entendimiento, la prueba de la persuasión es el obrar de acuerdo con ella, así sucede que la confirmación de una fe viva está en las buenas obras: -Demuéstrame con tus obras la fe que no veo con los ojos, dice el apóstol Santiago. La caridad no es más que la(**Es18.575**))
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