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((**Es18.477**) que toda la ciudad se volcó en el Oratorio. En el interior de la casa, se mantenía una intensa plegaria. Continuamente se oía, como una consigna: íEra un santo! Muchísimos entregaban medallas, estampas, rosarios, pañuelos o devocionarios a un sacerdote, para que tocaran el cuerpo del santo o los colocase un instante sobre aquellas santas manos. Reinaba la emoción y se veían muchas lágrimas. Al atardecer creció tanto la afluencia que hubo que suspender el pasar objetos sobre el cadáver. La iglesia de María Auxiliadora estuvo también atestada durante todo el día. A las ocho se cerraron todas las puertas, pero más tarde fue preciso volver a abrirlas para contentar a los numerosos visitantes, llegados de distintos pueblos del Piamonte. ((**It18.550**)) El momento más conmovedor del día fue cuando, ya muy tarde, los hijos de don Bosco dieron el último adiós al cadáver de su amado Padre. A las nueve fueron a la iglesita todos los alumnos del Oratorio y rezaron, de rodillas en el suelo, las oraciones; después, en medio de un silencio imponente, se levantó don Juan Bautista Francesia y dio las <> de costumbre a aquellos centenares de alumnos. ->>Veis aquí, dijo, a nuestro Padre querido con esa calma, esa tranquilidad y esa sonrisa que aflora a sus labios? Parece que quiera hablaros y vosotros casi esperáis que se ponga en pie y os dirija la palabra. Mas, por desgracia, ya no puede repetiros los dulces y santos consejos que tantas veces os dio; ya no puede hablarnos. Por eso, los Superiores me han mandado a mí para que haga sus veces. Pero >>qué puedo yo deciros desde este lugar, donde don Bosco hizo tanto por vosotros? No haré más que repetir las últimas palabras que dijo para vosotros. Al preguntarle qué recuerdo quería dejar a sus muchachos, respondió: -Decidles que los espero a todos en el Paraíso. Era tan grande y tan íntimo el recogimiento de todos que parecía oírse la respiración afanosa de los oyentes. Y don Bosco, con la serena calma de la muerte, parecía bendecir a sus amados hijos, que no acertaban a separarse de él. Se dio la señal de ponerse en movimiento para dirigirse cada grupo a su dormitorio, y todos, como si no hubiesen oído, permanecían allí quietos y llorosos, contemplando por última vez el amable rostro. Pusiéronse por fin en marcha para salir, pero todos iban hasta la puerta con la cara vuelta hacia atrás. Durante toda la noche, velaron los Salesianos el cadáver y rezaron ante él. Don Miguel Rúa estuvo de rodillas largo rato, junto a él, absorto en profunda meditación. Antes de las ocho del jueves, día dos de febrero, el cadáver fue (**Es18.477**))
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