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((**Es18.459**) que había empeorado, regresando a la situación del mes anterior. Cuando éstos se marcharon, mandó llamar a Palestrina, el joven sacristán, a quien apreciaba mucho, y le dijo, por medio de su secretario, que estuviera rezando a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora, durante todo su tiempo libre, para que en sus últimos momentos, mientras esperaba su hora, pudiese tener una fe viva. Pasó luego el joven a la presencia de don Bosco, quien le repitió, conmovido, lo mismo, y después lo bendijo. Al atardecer, contrariamente a lo que suele suceder a los enfermos, se sintió más aliviado y esto, según dijo a don Juan Bautista Lemoyne, gracias a las plegarias del bueno de Palestrina. El día veinticinco se agravó mucho. Pidió que se le sugirieran jaculatorias devotas. Su dificultad en el hablar iba creciendo, de modo que se le oprimía el corazón a quien le escuchaba. Díjole a don Antonio Sala, mientras éste le mostraba una bebida: -Haced de forma que pueda reposar. Le colocaron en seguida del mejor modo posible y, a continuación, pareció que realmente iba a dormirse, ((**It18.530**)) pero, de pronto, se sacudió, empezó a dar palmadas y a gritar: -íPronto, corred en seguida para salvar a aquellos jóvenes! íMaría Santísima, ayúdales!... íMadre, Madre! Don Antonio Sala se acercó a la cama y le preguntó si deseaba algo. ->>Dónde estamos ahora mismo?, preguntó. -Estamos en el Oratorio de Turín. ->>Y qué hacen los muchachos? -Están en la iglesia, en la bendición, y rezan por usted. No había agua ni hielo que pudiese amortiguar la sed que le abrasaba durante las últimas semanas; por eso se le daba agua de Seltz (o carbónica), que, en efecto, parecía proporcionarle algún alivio. Pero pensando que era una bebida costosa, rehusó absolutamente tomarla. Para tranquilizarle, fue menester que los coadjutores Buzzetti y Rossi le demostraran que sólo costaba siete céntimos la botella. Monseñor Cagliero estuvo de vuelta el día veintiséis y se dirigió en seguida al lecho de don Bosco, que estaba precisamente pasando entonces un momento doloroso. Al verlo de nuevo, le dijo con trabajo estas palabras: -Salvad muchas almas en las Misiones. Al día siguiente, esperanzado todavía, quiso saber Monseñor si el buen Padre curaría o no. Y, con este fin, le preguntó si le permitía ir a Roma, porque sin su consentimiento, no se movería. (**Es18.459**))
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