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((**Es18.458**) sin decir nada, ni siquiera al médico de cabecera 1. Este lo había advertido hacía poco y comprendía lo penoso que debía resultarle el decúbito; le propuso, pues, sajarlo. Don Bosco, dócil como un niño, se sometió a ello. Estaban presentes los otros dos médicos. El doctor Vignolo le hizo la amputación de golpe y por sorpresa, ya que le había dado a entender que la operación se podía realizar al día siguiente. Al improviso dolor, don Bosco lanzó un grito. La operación resultó muy bien y el Santo, muy agradecido, estrechó la mano del doctor, diciendo, a continuación, que se sentía muy aliviado. Entró don Antonio Sala, pocos minutos después, y le preguntó cómo se encontraba. -Me han dado un corte magistral, respondió. -Pobre don Bosco, habrá sentido mucho dolor. -Pienso que el trocito de carne que me han sacado no haya sentido nada. Al mismo tiempo, sufría otra gran penitencia. Dado que no podía moverse, sucedía que frecuentemente su pobre cama quedaba malparada. Por eso dijo una vez a don Antonio Sala: -Tú sabes muy bien mi preocupación por el aseo; pero ahora no puedo conseguirlo. Siempre estoy hecho un asco. Hacia las diez, fueron a visitarlo los monseñores Krementz, ((**It18.529**)) arzobispo de Colonia, y Korum, obispo de Tréveris, con su correspondiente séquito. Hablando con mucho esfuerzo, les recomendó a los muchachos pobres y les rogó que pidieran al Padre Santo una bendición para él. El día veinticuatro, por la mañana, tuvo la visita de monseñor Richard, arzobispo de París. Quiso don Bosco recibir su bendición; él le complació, pero después, poniéndose de rodillas, rogó a don Bosco que le diera la suya. -Sí, contestó, bendigo a S. E. y bendigo a París. A lo que respondió el Arzobispo: -Y yo hablaré de don Bosco a mi ciudad y anunciaré a París que llevo su bendición 1. Por la tarde, se encontraba tan mal que los médicos declararon 1 Proc. ap. Summ., págs. 490-493. 1 Durante esta última semana, llegó a Turín desde Bélgica, para consultar a don Bosco sobre la comunión frecuente, el abate Temmermann, que no le pudo hablar, pero supo por don Miguel Rúa cuáles eran sus ideas sobre ello. El Abate, durante el Congreso Eucarístico de Amberes, en agosto de 1890, ante una asamblea de sacerdotes, refirió el resultado de aquel coloquio, según se lee en su conferencia, publicada en las Actas. Son unas páginas muy interesantes (Ap., Doc. núm. 96). (**Es18.458**))
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