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((**Es18.446**) su estado de sopor, indicaba gestiones que se debían iniciar, providencias que tomar, disposiciones legales que se habían olvidado y que debían tenerse en cuenta. Los mismos médicos no disimulaban su maravilla, al ver cómo conservaba tanta lucidez de mente y tanta actividad. El cardenal Alimonda, que le había obtenido del Papa ((**It18.513**)) una segunda bendición, después de la de monseñor Cagliero, no cabiendo en sí de gozo, al saber que había mejorado tanto, le escribió desde Roma: Carísimo don Bosco: Le envío mi más cordial enhorabuena por el estado de su salud que mejora. Fueron muy fervorosas y humildes las plegarias que se alzaron de todas partes, máxime de sus hijos, los Salesianos, elevadas al Señor para obtener esta gracia; y ahora nos sentimos felices, al ver que el Señor y la Santísima Virgen nos han escuchado. No puede imaginarse, veneradísimo don Juan, la gran preocupación de toda Roma por Vuestra Señoría muy Reverenda. Cardenales, Arzobispos, Señores y Señoras, puedo decir que todos, me piden con ansiedad noticias de V. S.; saben que he venido de Turín, me suponen enterado de todo y, por eso, quieren que les informe sobre don Bosco. El mismo Padre Santo, en el acto solemne de la recepción de los peregrinos, en el momento en que le presenté el óbolo de la Archidiócesis, la frase que, con mayor interés, me dirigió fue ésta: >>Cómo está don Bosco? Y se sobrentiende que le renueva otra vez su apostólica bendición. Bendito sea Dios que no permite dejar en olvido a sus siervos, sino que los quiere amados, reverenciados y bendecidos en toda su Iglesia. Hice ya una visita a la iglesia del Sagrado Corazón, y me agradó mucho; pero volveré de nuevo para contemplarla con mayor detenimiento. Me encomiendo a sus fervorosas oraciones, muy querido don Juan, y a las de sus beneméritos hijos de Turín. Y con la confianza de volver a abrazarle, bueno del todo y con sus fuerzas recuperadas, me profeso Roma, 7 de enero de 1888. Su seguro servidor y amigo en Jesucristo, Card. CAYETANO ALIMONDA, Arzob. Ya hemos referido en otro lugar la visita que le hizo el Duque de Norfolk, al dirigirse a Roma, como enviado especial de la Reina Victoria, para cumplimentar al Papa, con ocasión de su jubileo. Aquel gran gentilhombre y grandísimo cristiano estuvo arrodillado junto a su cama, cerca de media hora. Aceptó varios encargos para el Padre Santo, habló de la nueva casa en Londres, insistió en que se organizase al estilo del Oratorio de Turín, habló de cosas referentes a su patria y de las misiones en China. Don Bosco le dirigió unas palabras en favor de ((**It18.514**)) Irlanda. Por fin, pidióle el Duque su bendición y partió. (**Es18.446**))
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