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((**Es18.423**) un tanto de consuelo a los corazones, excluyendo la inminencia del desenlace pronosticado el día anterior por el médico de cabecera, Albertotti. Y, como lo más importante era que don Bosco se alimentase, él mismo le preparó un caldo de extracto de carne. Hízole después un reconocimiento, durante una hora entera. Era increíble la gran habilidad que poseía aquel prestigioso doctor para animar a sus pacientes. Aunque él mismo se encontraba enfermo, se levantó de la cama para visitar a don Bosco y siguió haciéndolo los días siguientes, prodigándole todos los cuidados que una madre tiene con su hijito. Don Bosco le manifestó, una y otra vez, con lágrimas en los ojos, su profundo agradecimiento. Todos los de casa participaban del ansia que angustiaba a los Superiores. Los alumnos estudiantes y aprendices se turnaban por grupos, cada media hora, en la iglesia para pedir al Señor día y noche la curación de don Bosco. Por su parte, él se encomendaba a los Salesianos más antiguos y a los Superiores, diciéndoles: -Rogad por mí. Decid a todos los Salesianos que recen por mí a fin de que muera en gracia de Dios. No deseo más que eso. Las alternativas de mejoría y empeoramiento se sucedían por intervalos, más o menos largos. El día veintitrés, hacia el mediodía, sintiéndose ((**It18.488**)) bastante mal y no pudiendo retener nada su estómago, dijo al secretario: -Procura que esté aquí, además de ti, otro sacerdote. Necesito que haya uno preparado para administrarme los Santos Oleos. -Don Bosco, le respondió él, don Miguel Rúa permanece siempre en la habitación de al lado. Por lo demás, usted no está tan grave para hablar de esta manera. ->>Se sabe, replicó don Bosco, se sabe aquí en casa que yo estoy tan mal? -Sí, don Bosco. No sólo se sabe aquí, sino en todas las demás casas y ahora ya en todo el mundo; y todos rezan por usted. ->>Para que yo me cure?... íYo me voy a la eternidad! A cuantos se le acercaban, les daba recuerdos, como si ya estuviese en situación de despedirse para siempre. A don Juan Bonetti, Catequista General, le dijo, apretándole la mano: -Sé siempre fuerte sostén de don Miguel Rúa. Y, más tarde, al secretario: -Haz que esté todo preparado para el Santo Viático. Somos cristianos y debemos ofrecer a Dios, de buen grado, la propia existencia. Llegaron tres señores belgas, deseosos de verlo. Permitió que entraran, a condición de que rezaran por él. Los bendijo y exclamó: (**Es18.423**))
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