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((**Es18.399**) hecha a don Bosco en el Oratorio. De vuelta a su sede, el buen Prelado envió una limosna de quinientos francos, en su nueva condición de cooperador salesiano y en agradecimiento a la hospitalidad que se le había dispensado. Decía: <>. Las cartas del obispo revelan un corazón de oro y un celo verdaderamente pastoral: pero debió comprender que, en las condiciones expuestas, la obra no ofrecía probabilidad de éxito. Turín vio llegar aquel mismo día, desde el norte de Francia, una peregrinación de Asociaciones Obreras Católicas, conducida por el célebre León Harmel y que se dirigía a Roma para el jubileo sacerdotal de León XIII. Se componía de novecientas cincuenta y tres personas, entre las que había unos cincuenta sacerdotes. La devota comitiva viajaba en dos trenes. El primero entró en la estación de Puerta Nueva a las cinco y media de la tarde y poco después ((**It18.460**)) el segundo. Don Bosco envió algunos Salesianos franceses a saludar al jefe de la expedición y decirle que sentía mucho no poder dar a sus peregrinos hospedaje, que hubiera sido para él un honor y una satisfacción; pero que eran muchos y el Oratorio no tenía locales suficientes. Sin embargo, deseando mostrar lo mucho que les apreciaba, iría hasta ellos para celebrar en su compañía la piedad filial que los llevaba a los pies del Romano Pontífice y para augurarles un feliz viaje. Harmel agradeció la propuesta e indicó la hora más conveniente. Los peregrinos se concentraron para la comida en el restaurante Sogno, situado en el magnífico parque del Valentino. Hacia las siete, llegó allí don Bosco, acompañado por don Miguel Rúa. Los franceses le rodearon en seguida con un cariñoso interés, que le conmovió. León Harmel y el asistente eclesiástico de la Sociedad de San Vicente pusiéronse a su lado y le ayudaron a caminar. Paróse él ante la puerta del restaurante y sentóse. Cuando todos los obreros, dentro y fuera, se encontraron reunidos en su derredor, los bendijo. Hubiera querido dirigirles la palabra; pero no tenía voz para hacerse oír, ni siquiera por los más próximos. Invitó, pues, a don Miguel Rúa a que hablara en su nombre. Este estuvo muy afortunado en su breve discurso 1. Terminada su alocución, fueron pasando todos los peregrinos por delante de don Bosco para besarle la mano. Y recibían de rodillas una medalla 1 Véase el Boletín francés de noviembre de 1887. (**Es18.399**))
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