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((**Es18.354**) Los misioneros pusieron pie en Puntarenas el día veintiuno de julio. Actualmente Puntarenas es una ciudad de treinta mil habitantes. Su origen se remonta a una colonia de deportados, establecida en aquellos parajes por el Gobierno chileno el año 1843 y debe su primer incremento en importancia y población a los progresos de la navegación a vapor, para la que ofrecía un buen punto de arribada. Perdió mucho comercio de tránsito con la apertura del canal de Panamá; pero ganó por otra parte con el desarrollo de la industria del pastoreo. Hoy ofrece fácil salida a casi todos los productos de la Patagonia austral y de la Tierra del Fuego y es un centro de aprovisionamiento. Los colonos europeos han hecho de ella una pequeña ciudad cosmopolita, elegante y moderna. Las dos iglesias salesianas y sus dos colegios se destacan entre los mejores edificios de la ciudad. En el tiempo de que hablamos era un mezquino conglomerado de casuchas sin atractivo de ningún género; baste decir que hasta 1890 nunca pasó del millar de habitantes. Los Salesianos se alojaron en un principio en una fonducha, pagando sesenta francos al día, cantidad que para su presupuesto era la ruina. Les llegaron auxilios de Turín. Afortunadamente monseñor Fagnano había logrado despertar en Santiago y en Valparaíso un vivo interés por su misión; tanto que algunos amigos, al conocer su necesidad, recogieron unos miles de escudos para él. Con ellos pudo comprar una casa con nueve dependencias, unas grandes y otras más pequeñas, rodeada de jardín y terreno edificable. El día siete de agosto escribía a Lemoyne: <((**It18.406**)) latitud sur; somos los hijos del amado don Bosco que más lejos están de él, pero quizás los más próximos por el cariño con que nos mira>>. No sólo había que superar las dificultades económicas y climáticas. El Gobernador, hombre hostil a la religión e instigado por los malvados, se las cantó claras a monseñor Fagnano, diciéndole sin ningún cumplimiento que, puesto que no era chileno, no podía permanecer en Puntarenas; que la ley no permitía ejercer en el territorio de la República ninguna jurisdicción eclesiástica a quien no fuera chileno, que Roma no tenía nada que ver en Puntarenas y quien mandaba allí, era el Obispo de Ancud. Lo que quería ser el golpe de gracia, se convirtió en arma de defensa, porque el Prefecto Apostólico estaba en perfecta regla con el Ordinario del lugar. Presentó, además, al ardiente representante del Gobierno una autorización firmada por el Presidente de la República y cartas de recomendación de ilustres personajes chilenos. Pero todo (**Es18.354**))
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