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((**Es18.318**) de un tío para la cura antirrábica. Cuando el doctor examinó al muchacho, opinó que primero se debía proceder al examen del perro, para cerciorarse si era hidrófobo; pero no fue posible encontrarlo. Entonces llevaron el muchacho a don Bosco. Y cuando se informó del asunto, dijo el Santo: -Que se comience una novena; y, entre tanto, que el muchacho se confiese y comulgue en la iglesia de María Auxiliadora. No lo pongan de nuevo en manos de los médicos; el perro volverá. En efecto, en el momento preciso en que él estaba profiriendo estas palabras, volvió el perro y se comprobó que no era rabioso. El médico de Calliano, maravillado, publicó el hecho de tal manera que, muchos años después todavía, se hablaba de él. Algunos días, tempranamente calurosos, lo postraban de tal modo, que el cuatro de julio se dejó trasladar a Valsálice. Mientras bajaba al patio para tomar el coche que lo esperaba, se paró ante la puerta de la enfermería. Estaba en ella gravemente enfermo de los pulmones el coadjutor Carlos Fontana. -Iré a hacerle una visita, había dicho él cuando supo que estaba en las últimas, y después no fue. Pero no se había olvidado de la promesa. Con todo, todavía no entró, sino que encargó le dijeran estas palabras: -Don Bosco no ha venido para no cerrarte los ojos. Te espero en Valsálice, ven allí a verme. En efecto, Fontana se curó tan deprisa que aún pudo visitarlo en Valsálice y se restableció tan bien que vivió hasta 1912. En Valsálice don Bosco experimentó una sensible mejoría inmediatamente, como lo daba a entender la alegría que manifestaba ((**It18.364**)) en las conversaciones, en las que participaba escuchando más que hablando. Gozaba especialmente oyendo referir las vicisitudes antiguas del Oratorio. Y, al notar que con ello experimentaba don Bosco tanto gusto, los más antiguos de sus hijos iban a porfía en recordar una tras otra las peripecias de los principios. Una noche durante la cena, don Juan Garino le divirtió mucho contando cómo, en el tiempo de los registros de la policía en el Oratorio, se vendía por las calles una hoja, al grito de: <<íDon Bosco en la cárcel! íA cinco céntimos la hoja!>>, y que don Bosco, yendo aquel día con él por las calles de la ciudad, le entregó una moneda para que comprase la hoja. Era aquél un año de vulgares dicterios contra los curas. Otro día pasaba don Bosco, con el mismo don Juan Garino, por la plaza de Saboya y se cruzó con dos mujerzuelas que dijeron: -A todos estos curas había que colgarlos. (**Es18.318**))
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