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((**Es18.309**) las necesidades en que se encontraba, mostrando su confianza en que la Providencia le ayudaría. A la mañana siguiente, dos señores, que nada sabían el uno del otro y sin ponerse previamente de acuerdo, le entregaron la cantidad que necesitaba para el viaje. Después, cuando se dirigía a la estación, he aquí que se le acercó otro señor y le entregó un sobre diciéndole: ((**It18.353**)) -Es el dinero para el viaje. Eran cien liras más, que se sumaban a las otras ciento que le habían dado cada uno de los otros dos. Cayó del cielo a sus manos lo que él y sus dos acompañantes necesitaban. >>Qué pensaría al oír el silbido de la locomotora y ver que el tren lo alejaba de Roma y, sobre todo, cuando el ritmo de la marcha se aceleraba y entendió que ya estaba fuera de los muros aurelianos y que avanzaba por la inmensa soledad del campo, más solitario entonces que en la actualidad? Había ido a Roma veinte veces. Es casi imposible salir de Roma sin prometerse o al menos desear que se repita la vuelta; pero esta vez no pasaba por su mente el deseo de volver. Al despedirse de las personas de su confianza, les había dado el adiós definitivo, citándolas para un encuentro en el paraíso. Le respondían que abrigaban todavía la esperanza de volverlo a ver, pero él insistía: -Sí, espero que nos volveremos a ver en el Paraíso 1. Su primer viaje en 1858 fue memorable. Italia estaba todavía en cierne y ni siquiera existía el tren de Génova a Roma. Necesitó pasaporte, hizo testamento ante notario y testigos y tuvo que embarcarse hasta Civitavecchia. íQué tortura el mareo! Al saltar de la diligencia, puso sus pies sobre el suelo romano con la emoción de los antiguos peregrinos. Fue aquélla la única vez que visitó la ciudad. Bajó a las Catacumbas de San Calixto, que se empezaban a explorar, y subió hasta lo alto de la cúpula de San Pedro. El conde De Maistre, en cuya casa se hospedó, lo presentó a cuantos personajes pudo y lo acompañó a los palacios cardenalicios. Pío IX lo recibió dos veces en el Quirinal y otra en el Vaticano; en aquellas audiencias le dio algunas sugerencias para poner buenas bases a la Pía Sociedad, firmó con su propia mano el borrador de las Reglas y le dijo que escribiera sus sueños. El joven clérigo, que entonces seguía como la sombra al Siervo de Dios, lo tenía ahora sentado a su lado, como Vicario suyo. Desde el primer viaje hasta el segundo, pasaron cerca de nueve 1 Loc. cit. núm. XIX. De pretioso obitu, & 161 (testigo don Miguel Rúa). (**Es18.309**))
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