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((**Es18.296**) es un nuevo milagro de un hombre que representa al Francisco de Sales de nuestro tiempo. Todo le sale bien a este humilde y, sin embargo, tan poderoso siervo de Dios: porque las obras por él emprendidas son bendecidas por el Cielo (...). Don Bosco es uno de esos seres privilegiados que hacen surgir todo de la nada; se allanan las mayores dificultades y se disipan como niebla, ante su férrea voluntad, hecha de fe y de oración; es tal que ya hoy puede preverse que un día, Dios sabe cuándo, esa hermosa cabeza de clásica regularidad que trae al recuerdo el perfil de Napoleón, tendrá en las ((**It18.338**)) efigies del recuerdo una luminosa franja de oro en torno a su frente: la aureola de los Santos>>. El Cardenal Vicario, después de descansar un poco de la fatigosa ceremonia, subió a ver a don Bosco, le abrazó con todo afecto y se quedó con él para almorzar, entre los numerosos e ilustres visitantes. Al final de la comida se levantó don Bosco para agradecer públicamente al Cardenal todo lo que había hecho como Protector de los Salesianos, hablando de su persona con veneración y reconocimiento. Por lo pronto, <>, prosiguió diciendo y narró con la máxima sencillez la curación instantánea del día anterior. Dijo después que, en cualquier circunstancia que se le presentaran personas deseosas de alguna gracia, él emplearía el mismo método de siempre, esto es, inducir a los peticionarios a hacer una limosna en honor de Jesús, de la Virgen o de cualquier Santo, como medio para obtener favores de Dios y afirmó que, en la iglesia de María Auxiliadora y en la de San Juan Evangelista, no había un solo ladrillo que no estuviese señalado con una gracia. También el Cardenal se levantó a hablar. Se congratuló con don Bosco de que, aunque no estuviesen acabados los trabajos, hubiese abierto la iglesia, demostrando así que antes quería entregarla al Sagrado Corazón que a los adornos y filigranas de los artistas. Habló muy bien de la Congregación Salesiana, que no le había proporcionado hasta entonces ninguna clase de disgustos, penas y trabajos y sí toda suerte de satisfacciones; que estaba, por tanto, dispuesto a aceptar protectorados semejantes uno cada día. Don Bosco sonriendo le respondió: -Espere, espere, Eminencia; también le llegará el tiempo de los disgustos, por culpa nuestra. -Bien, siguió diciendo el Cardenal, aquí en vuestra iglesia del Sagrado Corazón de Jesús habéis reservado una capilla para dedicarla a San Francisco de Sales, >>no es cierto? -Precisamente es así, Eminencia. (**Es18.296**))
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