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((**Es18.119**)estaba repleto hasta los rincones. El párroco, revestido de sobrepelliz, salió a recibirlo con todo su clero hasta la puerta, donde le invitó en alta voz a que bendijera a sus parroquianos y dijera una oración por ellos. Don Bosco condescendió. Y ya no hubo dique de contención posible: la multitud, llevada por una especie de frenesí, se acercó de tal forma a él que fue preciso rodearlo para que no lo aplastaran y pudiera llegar hasta el presbiterio. Y como no podían tocarle las manos o la sotana, le golpeaban desde lejos con el rosario, en las espaldas, en el cuello, en la cabeza, en los brazos: de tal modo que, lo mismo al entrar que al salir, lo sometieron a una <>, como se expresa en los procesos don Miguel Rúa, que estaba junto a él 1. Y efectivamente, por la noche, tenía las manos teñidas de sangre, le dolía la cara y sentía dolor en el brazo derecho. Con calma y paciencia se logró subirlo al coche y llevarlo al Seminario Mayor, con un séquito de eclesiásticos y seglares. Los vehículos entraron por la puerta cochera, mientras todos los seminaristas estaban asomados a las ventanas, ansiosos de ver al Santo. El Superior, rodeado de su personal, lo recibió al pie de la escalera y, al verlo fatigado y jadeante, le dijo: -Reverendo Padre, parece que sufre mucho... Pero nadie mejor que usted sabe cuánto santifica el sufrimiento. -No, no, señor Rector, respondió rápidamente don Bosco; lo que santifica no es el sufrimiento, sino la paciencia. Tocaron poco después para cenar y entró con todos los superiores en el refectorio de los seminaristas, que se pusieron en pie y aplaudieron con entusiasmo. Al llegar él a su puesto, dijo en italiano y en alta voz: -íBuen provecho! E hizo lo mismo las otras veces. Servían a la mesa por turno cuatro seminaristas. Los cuatro ((**It18.130**)) de aquella noche se confabularon para hacer desaparecer, y repartirse después entre ellos, la servilleta y los cubiertos que usara don Bosco; mas, para cohonestar el pequeño hurto, aportó cada uno su cuota para comprar un servicio nuevo igual al que habían escamoteado. Así, en el momento oportuno, se echaron sobre la presa y se repartieron lo hurtado. La primera jornada en Grenoble, la del día trece de mayo, fue muy laboriosa. En la misa, que celebró en la catedral con asistencia del 1 Summ. de los Procesos diocesanos, núm. XVIII, & 185. (**Es18.119**))
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