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((**Es17.89**) dar limosna por amor de aquel Dios, que un día premiará cumplidamente a los generosos; y los hombres de este mundo no entienden. Es preciso, pues, adaptarse al siglo, que vuela a ras del suelo. Dios se da a conocer a los paganos por medio de la ley natural; se da a conocer ((**It17.94**)) a los hebreos a través de la Biblia; a los griegos cismáticos por medio de las grandes tradiciones de los Padres; a los protestantes a través del Evangelio; al siglo actual se da a conocer por la caridad: Nos credidimus caritati. Decid a este siglo: os quito a los muchachos de las calles para que no los atropellen los tranvías, para que no caigan en un pozo; los recojo en un hospicio para que no se deteriore su lozana edad en los vicios y en la crápula; los reúno en las escuelas para educarlos, para que no se conviertan en azote de la sociedad, no acaben en una cárcel; los llamo para que vengan a mí y los vigilo para que no se arranquen los ojos unos a otros; y entonces los hombres de este mundo comprenden y empiezan a creer: et nos cognovimus et credimus caritati, quam habet Deus in nobis (y conocimos y creímos en la caridad que Dios nos tiene). Y ahora ha venido don Bosco a Roma, ha plantado sus tiendas en la nueva Roma, en la Roma sin bautizar, ha venido a fundar su iglesia y su hospicio; ha venido a la Roma de las tabernas, de los cafés, de las amplias calles, de las avenidas bien alineadas, ha venido a dar el espectáculo de la caridad cristiana y conforme a las exigencias de este siglo. Ha venido a la nueva Roma sin bautizar, donde no se oye más que el silbido de las locomotoras y las campanillas de los protestantes, que, aparte de toda otra consideración, desentonan hasta en el aspecto del sonido. Allí no había una iglesia y ya se levanta la cúpula del Sagrado Corazón, que se da la mano con la de San Lorenzo, por encima de la marquesina de la estación. En la nueva Roma sin bautizar la única cruz elevada sobre una torre es la del Sagrado Corazón. En esta zona no hay centros religiosos o están escondidos, como si no se atrevieran a dejarse ver en medio de aquel ambiente profano. Don Bosco ha dicho que él ha comenzado la iglesia en el Castro Pretorio y que nos corresponde a nosotros continuarla y terminarla. No, querido don Bosco, usted la ha empezado; permita le diga que debe terminarla usted. Digo terminarla, y no acabarla, esto es, adornarla hasta el último detalle, dorarla, pintarla. Nosotros pediremos a Dios que nos conserve a don Bosco al menos hasta ver terminada la iglesia, terminado el edificio del Instituto con los quinientos muchachos internos, provistos no sólo del histórico y famoso panecillo, que la Providencia sabrá darles, sino de algo mas, porque non in solo pane vivit homo (no sólo de pan vive el hombre). Es don Bosco quien debe terminar esta obra, él, a quien nada se niega, él que tiene tanto ascendiente sobre los que le escuchan, él que goza de veneración mundial. Necesitamos su nombre. Su nombre, con su prestigio, llegará a recoger lo que no podríamos todos nosotros juntos. Su nombre ha llenado el mundo y sólo él puede hacer que contribuya a esta obra todo el mundo. Es conveniente, es necesario. Roma tiene derecho a que todo el mundo concurra a su obra, pues el beneficio redunda Para ventaja de todo el Orbe católico. El pueblo Romano es el pueblo príncipe, el primer pueblo de la tierra, ((**It17.95**)) y para él redunda en cierto modo la dignidad del Soberano Pontífice que vive en medio de él y es su propio Obispo. La Iglesia Romana, primogénita y madre de todas las Iglesias, tiene derecho a que se le rinda tributo de reverencia. De ella parte todo bien para todo el mundo, y a ella se debe el agradecimiento de todo el mundo ayudándola en sus empresas. El pueblo romano estuvo hasta ahora acostumbrado al gobierno de un padre y(**Es17.89**))
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