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((**Es17.79**) tenía, desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde. Para que pudiese tener una horita libre después de la comida, era necesario dar órdenes draconianas al portero, poner a alguno de guardia en la antesala y cerrarlo con llave en su habitación. A pesar de todo en ciertos casos todas las precauciones eran inútiles, porque llegaban personajes eminentes y bienhechores insignes, que llevaban limosnas. <>. Un día recibió la visita del joven sacerdote de Catania, el reverendo Nicotra, compañero de estudios del futuro Benedicto XV en el colegio Capránica. Iba en nombre de su Arzobispo para solicitar el envío de Salesianos a aquella ciudad. Don Bosco justificaba la demora, aduciendo la falta de personal; mas, ante la insistencia del otro, invitóle al fin con gracia a ayudarle a solventar la cuestión, haciéndose él salesiano. ((**It17.82**)) El hijo de Sicilia, que iba por camino muy distinto, sonrió finamente. -He comprendido, le dijo don Bosco, usted tiene aspiraciones más altas. Pues bien, sepa que recibirá grandes honores, tendrá mucho que sufrir; pero no llegará a la meta, a la que espera llegar. Y cuando más tarde se acordó de él su antiguo condiscípulo y lo nombró Nuncio Apostólico en Portugal, los que eran sabedores del hecho, monseñor Cicognani entre otros, Nuncio entonces en Perú, se apresuraron a decir que aquella vez don Bosco no había acertado, puesto que monseñor Nicotra estaba ya en el camino, que conducía a la púrpura 1. En cambio aquella Nunciatura fue para el pobre Prelado causa de graves disgustos, hasta que al fin fue retirado y acabó sus días en la obscuridad. Hubo enfermos, que iban a que los bendijese o que enviaban pañuelos y rosarios para que los tocara. Muchos de los que pedían ser recibidos eran romanos; pero eran más los franceses, siempre numerosos en Roma en la época de pascuas. Empezaron a acudir desde los primeros días. Todas las mañanas llenaban la parte de la iglesia destinada al culto, para asistir a su misa e invadían después la sacristía, donde querían hablarle todos y le entretenían horas enteras. Cuando se encaminaba a su habitación, encontraba la antesala abarrotada. En general, le daban pequeñas limosnas, pues estaban de viaje, pero prometían enviarle mucho más cuando estuviesen de vuelta en sus hogares. 1 Monseñor dijo esto en Lima, en presencia del salesiano don Luis Pedemonte y otros; lo repitió más tarde, pero con las debidas rectificaciones, en el Oratorio el 5 de septiembre de 1934.(**Es17.79**))
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