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((**Es17.705**) por consiguiente, muy agradable a Dios y a su Vicario en la tierra el Santísimo Padre, que nos ha confiado en persona esta Obra del Sagrado Corazón en Roma. Nuestros pobres huérfanos (más de doscientos cincuenta mil) rezarán siempre conmigo por su felicidad espiritual, temporal y eterna. Que Dios le bendiga y consuele, señor Duque, y recompense dignamente todo el bien que quiera hacer a las obras Salesianas, al paso que yo seré siempre en N. S. De V. A. Turín, 13, 1888 Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. ((**It17.816**)) 80 Carta de don Francisco Dalmazzo a don Bosco Veneradísimo Padre: Ruégole no achaque mi silencio a negligencia. El trabajo de este tiempo pascual ha sido extraordinario y verdaderamente consolador. En nuestra iglesia, parecía que siempre era una día de fiesta. Eramos siete confesores y, aunque cuatro de nosotros estábamos en el confesonario hasta diez y doce horas cada día, siempre hubo trabajo. Bendito sea Dios. A esto se añadieron cinco tandas de ejercicios espirituales para la preparación de niños y niñas a la primera comunión y, después, una serie de enfermos tan grande que, la semana pasada, hemos dado la Santa Unción a veinticuatro. De seguir así algún tiempo más, adelgazaremos hasta quedar transparentes. Estábamos esperando continuamente su presencia para nuestro consuelo. Lo desean también muchos, que han venido de Polonia, de Francia y de España y Portugal. Recuerdo entre éstos a los portugueses de Rasto, a los franceses de la Fontaine. También me retenía de escribir el pensamiento de que, un día u otro, vendría usted por aquí. El Jueves Santo recibí las cincuenta mil liras de la Condesa de Stacpoole y, media hora después, estaban depositadas en el Banco Tiberino, esperando cubrir el saldo; pero quedaron todavía diez mil de deuda, hasta ayer que subieron a veinte mil. Pero, después de muchas vueltas y revueltas, obtuve las veinte mil del Papa. Lo intenté varias veces a través del Cardenal Vicario, pero fue en vano. Acudí al cardenal Nina y me rogó le dejase en paz. A decir verdad, está mal desde hace varios días. Monseñor Boccali hizo la prueba, después de recibir una larga carta mía, pero no lo logró. Vínome entonces el pensamiento de acudir al Cardenal Secretario de Estado, quien me pidió un memorándum. Lo hice y lo acompañé con una carta que, a mi petición, escribió el encargado de la fachada, que anteriormente me había enviado una nota de cuarenta mil liras, ya abonada en sus dos tercios, amenazando con las suspensión de las obras, si no se pagaban diez mil liras por lo menos dentro de una semana. El memorándum estaba humildísimamente redactado y no inspiraba más que dolor y pesar por encontrarnos en tantas angustias y deudas. Se alcanzó al punto el éxito, pues, aquella misma tarde, obtuvo el Cardenal Vicario las veinte mil liras y me las habría entregado al día siguiente, domingo, si yo hubiese podido ir a retirarlas. (**Es17.705**))
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