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((**Es17.57**) que saludaran, recibieran la bendición y se retiraran, Las dos primeras cosas las observaban, pero la tercera no había manera de lograrla. Los grupos se arrodillaban enseguida; pero, una vez recibida la bendición, se agolpaban a su alrededor, poniendo en sus manos rosarios y escapularios y entonces cada uno tenía una palabra que decirle, una limosna que entregarle, una bendición que pedirle para el hijo o la hija, para el padre o la madre, para el pariente enfermo, para necesidades familiares. Hubo un momento en el que estaban arrodillados ante él hasta cinco sacerdotes. Para aquel lunes había invitado a ir a San León a los novicios, ya que no les había podido hablar en la Providencia como él hubiera deseado; pero no les fue posible a éstos decirle una palabra. Aunque estaba tan asediado, todavía encontró la manera de cumplir dos ceremonias. Por la mañana, bautizó y dio la comunión a un joven negro, internado en el oratorio; la capilla lógicamente estaba de bote en bote. Por la tarde, dio la conferencia a los Cooperadores, con asistencia del Obispo, que confirmó al negro. Fue breve y sencillo: pidió a los bienhechores que le ayudaran a pagar las facturas de panaderos y albañiles, pues los muchachos no podían vivir sin pan y sin techo. Monseñor apoyó y encareció sus recomendaciones y, cuando estuvo fuera, dijo de él: -Habla como hablan los Santos; tan grande es la eficacia y la unción de sus palabras 1. Todos los años los alumnos de la casa hacían una excursión a la finca del señor Olive, el generoso Cooperador, que ya conocemos. En esta ocasión el padre y la madre servían ((**It17.56**)) la mesa de los superiores; y los hijos, las de los alumnos. Habían preparado una rifa, para la que cada uno de los superiores y de los muchachos tenía su número, de suerte que a todos les tocaba algún objeto; de este modo precisamente regalaron su coche al oratorio de San León. En 1884, se hizo la excursión durante la estancia de don Bosco en Marsella; y sucedió un curioso episodio. Mientras se divertían los alumnos por los jardines, una sirvienta acudió apurada a la señora Olive, diciendo: -Señora, la olla, donde se cuece la sopa para los muchachos, tiene un escape y no logro en modo alguno poner remedio. Tendrán que quedarse sin sopa. El ama, que poseía una gran fe en don Bosco, tuvo una idea. Mandó llamar a todos los muchachos y les dijo: -Escuchad: si queréis comer la sopa, arrodillaos aquí y rezad un 1 Bull. Salés. mayo 1884.(**Es17.57**))
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