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((**Es17.470**) -Los Hijos de María, dijo, son para la acción, mientras que los que vienen de niños a nuestras casas, serán para la ciencia. Pensaba don Celestino Durando que, con el correr del tiempo, podrían desalentarse los Hijos de María, al darse cuenta de ser inferiores en ciencia a los recién llegados, más jóvenes que ellos; pero los hechos dieron la razón a don Julio Barberis, el cual aseguraba que no pasaría eso. Formados como los había ido plasmando don Felipe Rinaldi, no ambicionaban figurar por su doctrina, sino que deseaban sobre todo dedicarse a las obras de celo sacerdotal. No faltaron, sin embargo, aun entre los Hijos de María, hombres de talento que salieron muy bien en los estudios. La casa de San Juan Evangelista tuvo por voluntad de don Bosco el honor de ofrecer en 1885 digna morada a un venerando huésped, obligado por la perfidia de los hombres a cerrar en silencioso retiro su vida de apostolado. Brilla en este hecho la caridad agradecida de un Santo y la humildad edificante de un virtuoso Prelado. Monseñor Basilio Leto, obispo de Biella, había querido, admirado y favorecido desde hacía muchos años a don Bosco. Su episcopado chocó desde los comienzos con dos dificultades graves: ((**It17.547**)) una sucesión difícil y la aversión del Cabildo. Suceder a monseñor Losana era una ardua empresa, porque, durante sus casi treinta años de gobierno, se habían introducido en la diócesis diversos abusos, de suerte que el recién elegido comprendió al momento que debía sacrificarse a sí mismo para facilitar el camino al que fuera después de él. Monseñor Leto tenía un carácter dulcísimo, era afable con todos y muy humilde; lo cual disgustaba a cuantos estaban acostumbrados a los aires aristocráticos de monseñor Losana. Decíase que el nuevo Obispo no respetaba su dignidad, porque, a veces, dirigía el rosario de la tarde en la Catedral y hasta se le había visto encendiendo las velas del altar y arreglando la lámpara del Santísimo Sacramento. Un día fue don Santiago Costamagna a visitar a las Hijas de María Auxiliadora, que atendían al seminario, donde se hospedó: cuando bajó a la sacristía a las cinco de la mañana para celebrar la misa, encontró todo preparado. Monseñor, que acostumbraba levantarse muy temprano, había colocado cada cosa en su sitio. Después, como quiera que don Santiago tenía que salir en seguida, se encontró con que la mano paterna del Obispo le había preparado hasta el café. Pues bien, presentaron en Roma acusaciones gravísimas y calumniosas contra un hombre tan bueno. Su ama, una vieja gibosa y derrengada, de instintos salvajes, había sido colocada por él en la cocina de las Hermanas para que les enseñara a preparar la comida para el (**Es17.470**))
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