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((**Es17.448**) arzobispado de Milán. Tal recuerdo le llena siempre de santa emoción. Como suele hacerse cuando algunas personas han de comulgar infra missam, en un altar donde no hay sagrario, se puso sobre el ara un pequeño copón con las formas suficientes para que comulgaran los Duques y su séquito: es decir, no más de unas veinte. El Santo las consagró. Al llegar el momento de la comunión, las numerosas personas devotas que se agolpaban fuera de la balaustrada y en los bancos más próximos, ((**It17.521**)) apenas vieron que el celebrante, aquel celebrante, después de dar la comunión a los Señores, la repartía también a los de su acompañamiento, que uno tras otro subían y se arrodillaban en la grada del altar, se acercaron ellos también para comulgar. El monaguillo y el sacristán hicieron lo posible para convencer a aquellas personas de que no había formas suficientes y convenía reservar a los ingleses las que se habían consagrado; pero todo fue inútil, pues nadie estaba dispuesto a ceder. Era una suerte nunca vista, la de poder comulgar de manos de don Bosco. Y éste, notando el nerviosismo por disuadir a las personas extrañas, dijo al ayudante: -Déjalos, no te preocupes... -Pero es que las hostias están contadas... >>Quiere usted que diga que las traigan del altar mayor?, preguntó el monago. -Deja, deja..., repitió él. El monaguillo no se atrevió a insistir, pero contemplaba mientras tanto con creciente estupor un verdadero milagro de multiplicación, puesto que don Bosco, sin partir ni siquiera una hostia, iba dando la comunión a decenas de fieles. Asegura don José Grossani que los comulgantes superaron la cifra de doscientos. Ni ingleses ni italianos se dieron cuenta de ello y el aludido párroco no sabe explicarse cómo nadie haya prestado crédito hasta ahora a su tantas veces repetida narración. Es ésta, en efecto, la primera vez que se publica este acontecimiento. Los peregrinos británicos abandonaron Turín el veinticinco de mayo. Escribía don Bosco el veintiséis al Conde Colle: <>. Ciertamente, ya durante la primera visita, don Bosco había logrado en la tarde del día veintitrés, que el niño anduviese unos cuantos pasos, lo cual nunca le había sido posible hasta entonces. También don Carlos Viglietti refiere en su diario, el día veintiocho: <(**Es17.448**))
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