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((**Es17.424**) recibió su bendición y el Santo le aseguró que curaría después de la novena que le indicaba. Y en efecto, hizo la novena y curó. Ahora, pues, aquella señora intercedía por una sobrina suya desahuciada por los médicos. Don Bosco le contestó: -Jesús dijo: Date et dabitur vobis. Empiece usted, pues, por dar la mitad de la ofrenda; el Señor actuará después. Aquélla salió la mar de contenta, prometiendo ((**It17.493**)) cumplir el consejo. Volvió, en efecto, a la semana siguiente y no con las manos vacías. Apenas salió la señora, don Bosco contó a Carlos Viglietti y a otros que le acompañaban un episodio muy reciente. Pocos días antes le había escrito otra señora y le enviaba dos mil quinientas liras por una gracia que había recibido. Ante una cantidad tan considerable, le dio las gracias con una carta especial y con la promesa de ulteriores oraciones suyas y de sus muchachos. La caritativa señora, conmovida por tanta dignación, le respondió con un segundo donativo de tres mil liras. Don Bosco volvió a escribir con renovada acción de gracias y expresiones de aliento sobre el Paraíso. Pues bien, aquel mismo día, doce de agosto, recibía de la misma, una tercera ofrenda de diez mil liras. -íAhora, exclamó, me encuentro en un gran aprieto! Temo que, si vuelvo a escribir, me mande una cuarta limosna y no contestar nada sería una descortesía. Verdaderamente no sé cómo salir del paso. La señora Dominica Garelli presentóse de nuevo en Valsálice el día dieciséis de septiembre y contó a don Bosco que la última vez, después de cumplida una parte de la promesa, la sobrina había curado casi instantáneamente; en efecto, llegada a casa, la había encontrado levantada de la cama comiendo con los demás. -Pero ayer, añadió, acometida repentinamente por el mal, se quejó conmigo, achacando la recaída a la tardanza en cumplir el resto de la promesa. Estoy ahora aquí para cumplir todo lo prometido. Pero don Bosco le contestó que no se atrevía ya a repetirle la seguridad que le había dado la primera vez; a pesar de todo, que siguieran rezando y que también él rezaría. No hemos tenido más noticias de este asunto. Poco a poco sus condiciones de salud volvían a hacerse inquietantes. Atormentábanle continuos dolores de cabeza, una molesta disentería y la inflamación de los ojos. <>. No sólo esto; sino que sus sufrimientos no le impedían pensar en las necesidades físicas de (**Es17.424**))
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