Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es17.401**) óbolo no sólo es útil, sino necesario. Ayudadnos, pues, en la medida de vuestras posibilidades. Además de la recompensa del Cielo, tendréis también en esta tierra la satisfacción de cooperar al aumento de la religión, al bienestar de las familias, de la sociedad. Muchos muchachos y muchas niñas alabarán y bendecirán a Dios gracias a vosotros y, por el contrario, lo maldecirían en la vida, para odiarlo en la eternidad junto con los demonios. En estos tiempos, los malos trabajan para propagar la impiedad y la inmoralidad y quieren corromper especialmente a la incauta juventud con organizaciones, con la prensa, con reuniones, cuyo fin es más o menos abiertamente apartarla de la religión, de la Iglesia, de la sana moral. Pues bien, esfuércense los Cooperadores Salesianos y las Cooperadoras para oponerse a estos atentados. >>Cómo? Propaguen buenas doctrinas, libros, grabados, sociedades católicas, catequesis y cosas parecidas. Otra cosa más os recomiendo. Rezad los unos por los otros. Por mi parte, cada día os recuerdo en la santa misa y rezan también por vosotros nuestros muchachos. Vosotros les dais un poco de pan material para sostener su vida; y ellos os dan el pan espiritual de sus oraciones. Tal vez vosotros no podáis rezar mucho. Pues bien, estos muchachos, los Salesianos, las Hermanas de María Auxiliadora rezarán por vosotros, y obtendrán del cielo las gracias que necesitáis. Por otra parte, muchos Cooperadores y Cooperadoras son llamados cada año a la eternidad, y nosotros unimos nuestras oraciones a las vuestras en sufragio de sus almas. Lo que hacemos ahora por los demás, tal vez el próximo año necesitaremos que otros lo hagan por nosotros. Por último, mis buenos Cooperadores y Cooperadoras, esforcémonos por hacer todo el bien posible para nosotros y para los demás, a fin de que María Auxiliadora pueda alegrarse al ver subir por nuestra mediación muchas almas ((**It17.466**)) al cielo. Cuando estéis en el paraíso, con qué entusiasmo exclamaréis cada uno de vosotros: Bendito el día en que ingresé en los Cooperadores y Cooperadoras de San Francisco de Sales, porque cada acto de caridad que hice en favor de esta obra, fue como el anillo de una cadena de gracias, por medio de la cual he podido subir a este lugar de consuelo y de gozo. Cuando volvió don Bosco a la sacristía, después de la conferencia, le aguardaba allí mucha gente para pedirle la bendición. Entre la multitud, vio a una mujer con un muchacho, que llevaba los ojos vendados, y, después de mandarle que se acercase, le preguntó qué enfermedad tenía el muchacho. Eran madre e hijo y habían ido desde Poirino. El muchacho se llamaba Juan Penasio, tenía ocho años y hacía veinte meses que padecía tal inflamación de los ojos que debía estar siempre en las obscuridad. Dos especialistas muy renombrados, los doctores Sperino y Peschel, consultados ya varias veces, le habían visitado también aquel mismo día y habían dictaminado que el único remedio era extirpar el bulbo del ojo izquierdo para salvar el derecho. La buena mujer, consternada, lo llevaba allí para que don Bosco lo bendijera. El Santo lo bendijo y aceptó la limosna para una Misa, prometiendo que rezaría por el enfermo. (**Es17.401**))
<Anterior: 17. 400><Siguiente: 17. 402>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com