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((**Es17.365**) a él. La iglesia de Notre-Dame estaba repleta de gente. Omito el discurso que pronunció el orador y los elogios que hizo de don Bosco y todo lo que acaeció después, porque don José Ronchail hará una amplia reseña de todo ello, que se publicará con el Boletín Salesiano>>. ((**It17.422**)) El predicador, aunque conocía las simpatías de su auditorio por don Bosco, jamás hubiera imaginado un entusiasmo como el que estaba presenciando; aquel espectáculo enardeció su elocuencia. Después de demostrar la necesidad de proporcionar educación cristiana a los hijos del pueblo, hizo patente el gran vacío que venían a llenar las obras de don Bosco, al que calificó de agente de cambio de la Providencia; pues, en efecto, cambiaba los bienes pasajeros por los bienes eternos. Su palabra resultó tan eficaz que la colecta alcanzó la bonita cantidad de más de cuatro mil francos. Terminada la ceremonia, don Bosco volvió a casa del conde de Montigny, que celebró en su honor una espléndida cena con unos treinta convidados, todos ellos bienhechores insignes de las casas de Niza y Lille. A los postres, después de expresar su gran satisfacción por tener a don Bosco en su mesa, entre tan selecta corona de amigos, y narrar de qué manera el orfanato de San Gabriel en Lille había pasado a manos del Santo, siguió diciendo: -Hace catorce meses que aquella casa está en manos de los Salesianos y hoy aquí, a punto de volver a mi ciudad, tengo la dicha de decir a don Bosco ante tan distinguidos señores, que nosotros estamos agradecidísimos por el bien que ha hecho a la juventud de Francia y, particularmente, a la de Lille. Le respondió el Santo y, después de describir su primer encuentro con el conde de Montigny en Niza y referir la magnífica recepción que le habían tributado el año anterior en la <>, alabó la caridad de los franceses en favor de sus obras y puso de relieve el interés general de la ciudad de Lille por la casa de San Gabriel; se detuvo un instante y, después, siguió diciendo: -Su gran caridad invadía mi corazón y no sabía cómo podría atestiguar mi gratitud. Expuse con toda sencillez al Padre Santo en mi último viaje a Roma lo que había visto y hecho en aquella ciudad tan cristiana, y el Papa, que conoce muy bien la caridad de los católicos de Lille y su cariño a la Santa Sede, quiso dar a aquellos fervientes católicos y, en particular, a los ((**It17.423**)) bienhechores de nuestras obras un testimonio de su paternal benevolencia, concediendo al que fue el primero en llamarnos allí y que sigue siendo siempre nuestro más valioso colaborador, al señor Alfredo de Montigny, el título de Conde (**Es17.365**))
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