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((**Es17.195**) Ya no nos queda, a todos vuestros Salesianos, más que unirnos en ((**It17.220**)) un solo corazón y en una sola alma para trabajar por el bien de la santa Iglesia. Verdad es que, en los difíciles tiempos que atravesamos y con la gran mies que se nos presenta, apenas si podemos llamarnos pusillus grex; sin embargo, con todo gusto pondremos nuestros haberes, nuestras fuerzas y nuestra vida en manos de V. S. para cuanto juzgue que pueden servir a la mayor gloria de Dios en Europa, en América y, sobre todo, en Patagonia. No creo que desagrade a V. S. le adjunte el catálogo de los religiosos, de los hospicios, de las casas y residencias, en las que procuramos trabajar en favor de la juventud en peligro y también de los adultos, especialmente en las misiones extranjeras entre los salvajes de Brasil y Uruguay, de la República Argentina y en todas las tierras meridionales, donde es enteramente desconocido el santo nombre de Jesucristo. A nuestros pequeños trabajos añadiremos cotidianas y particulares oraciones para que Dios conserve todavía muchos años la augusta persona de V. S. para el sostenimiento de la santa Iglesia, la gloria de nuestra santa religión y la mayor consolidación de la naciente pía Sociedad de San Francisco de Sales. Humildemente postrados, pedimos todos su santa apostólica bendición, mientras en nombre de todos me cabe el incomparable honor de poderme profesar, Turín, 17 de agosto de 1884 Muy agradecido hijo de la Santa Iglesia, JUAN BOSCO, Pbro. El día de la Asunción, fecha en la que se había arraigado la costumbre de celebrar el cumpleaños de don Bosco, trasladáronse todos a la ciudad, para asistir a las funciones en la catedral y oír el sermón del Obispo, según quiso el Santo. Antes de bajar de sus habitaciones a la iglesia, le presentó Monseñor a diez seminaristas, que debían acompañarle. Don Bosco los miró fijamente sonriendo y les dijo: -Prepárense para recibir las órdenes con la adquisición de las virtudes propias de un sacerdote. Un sacerdote no va nunca solo al paraíso o al infierno. Y explicó en pocas palabras la significación de aquella sentencia. El Obispo, entre burlas y veras, según su característico ademán, añadió: -íQue les dé por no ser buenos y poco me cuesta echarlos del seminario! Ya saben que el año pasado dos de sus compañeros tuvieron que dejar la sotana. Para honrar a don Bosco, Monseñor preparó en su palacio un banquete, al que invitó a los canónigos. Al final, cuando ((**It17.221**)) todos se levantaron de la mesa, fue don Bosco a sentarse con Viglietti sobre un poyete del jardín. Mientras estaban conversando tranquilamente, acercóse a ellos un empleado para entregarle dos cartas a él dirigidas. Don Bosco abrió una y la leyó; tras su lectura, arrugó un poco el ceño. (**Es17.195**))
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