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((**Es17.181**) entrar, viéndose rodeado improvisamente de algunos de los suyos que permanecían a poca distancia, pero a los que no podía reconocer porque estaban envueltos en una densa niebla. Al acercarse a ellos para intentar identificarlos, pudo comprobar que éstos se esforzaban por no ser reconocidos; pero, habiéndolos llamado, consiguió verlos de cerca. Tenían el pecho descubierto y en el lado del corazón llevaban una mancha en forma de tumor pestilente sobre el cual se descubrían tres colores: negro, rojo intenso y amarillo. Habiéndose despertado por la impresión, hacía todo lo posible para desechar aquellas imágenes, pero todo era inútil, pues aquellas desagradables figuras volvían a aparecer delante de él mientras permanecía sentado en el lecho. Pudo notar entonces que la niebla era aún más densa en torno a la cabeza, de manera que a duras penas se podían leer ciertas palabras escritas sobre la frente de aquellos infelices, pues las letras aparecían, además, al revés. Entonces se levantó y escribió los nombres de todos los jóvenes que vio en el sueño. De su manera de expresarse, se podía colegir que se dieron ciertas circunstancias en el sueño que no habría sido oportuno ponerlas de manifiesto. La estancia en Valsálice no fue para él de larga duración. Una tarde, al volver con el clérigo Viglietti de visitar a cierta familia, que veraneaba en las cercanías, manifestó que sentía dolor en la pierna izquierda. Esta se le hinchó mucho por la noche: era erisipela. El día catorce fue a verle en Valsálice el doctor Fissore, quien, después de examinarlo, le sugirió, como único remedio, que guardara cama para que la pierna descansase. Entonces volvió al Oratorio e hizo lo que el médico había ordenado. El mal se agravaba cada día. Se le presentó una fiebre continua con respiración afanosa y una extraordinaria hinchazón junto al corazón; por causa desconocida se le había levantado una costilla. Además, residuos miliares le causaban fuerte escozor en todo el cuerpo. A pesar de esto, como el día veintisiete se clausuraban los ejercicios en San Benigno, dio esperanzas de ir a tomar parte en la función, si de allí lo suplicasen. No guardaba cama todo el día; ordinariamente se levantaba a primeras horas de la tarde y estaba sentado hasta el anochecer, en la habitación o en la galería. Un día fue a verle el cardenal Alimonda. Después volvió a celebrar la misa, haciendo patente a veces un encendido fervor. Una mañana, ((**It17.205**)) se la ayudó don Francisco Cerruti y fue testigo de que, tres o cuatro veces, rompió a llorar con lágrimas y sollozos incontenibles. Son también de este tiempo dos demostraciones de fuerza muy (**Es17.181**))
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