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((**Es17.105**) pero siempre de las mismas faltas, de las mismas ocasiones próximas, de las mismas malas costumbres, de las mismas desobediencias, de las mismas negligencias en el cumplimiento de los deberes. Van así adelante durante meses y años y algunos llegan hasta el final de los estudios. Tales confesiones valen poco o nada; por tanto, no proporcionan la paz y, si un jovencito fuese llamado en tal estado ante el tribunal de Dios, se vería en un aprieto. ->>Y hay muchos de éstos en el Oratorio? -En relación con el gran número de jóvenes que hay en la casa, afortunadamente son pocos. Mira. Y, al decir esto, me los señalaba. Yo los observé uno a uno. Pero en esos pocos vi cosas que amargaron grandemente mi corazón. No quiero ponerlas por escrito, pero cuando esté de regreso quiero comunicarlas a cada uno de los interesados. Ahora os diré solamente que es tiempo de rezar y de tomar firmes resoluciones; de cumplir, no de palabra sino de hecho, y demostrar que los Comollo, los Domingo Savio, los Besucco y los Saccardi, viven aún entre nosotros. Por último pregunté a aquel amigo: ->>Tienes algo más que decirme? -Predica a todos, mayores y pequeños, que recuerden siempre que son hijos de María Santísima Auxiliadora. Que Ella los ha reunido aquí para librarlos de los peligros del mundo, para que se amen como hermanos y para que den gloria a Dios y a Ella con su buena conducta; que es la Virgen quien les provee de pan y de cuanto necesitan para estudiar, obrando infinitos portentos y concediendo innumerables gracias. Que recuerden que están en vísperas de la fiesta de su Santísima Madre y que, con su auxilio, debe caer la barrera de la desconfianza que ((**It17.114**)) el demonio ha sabido levantar entre los jóvenes y los Superiores y de la cual sabe servirse para ruina de las almas. ->>Y conseguiremos derribar esa barrera? -Sí, ciertamente, con tal de que, mayores y pequeños, estén dispuestos a sufrir alguna pequeña mortificación por amor a María y pongan en práctica cuanto he dicho. Entretanto, yo continuaba observando a los jovencitos y, ante el espectáculo de los que veía encaminarse a su perdición eterna, sentí tal angustia que me desperté. Querría contaros otras muchas cosas importantísimas que vi en este sueño, pero el tiempo y las circunstancias no me lo permiten. Concluyo: >>Sabéis qué es lo que desea de vosotros este pobre anciano que ha consumido toda su vida buscando el bien de sus queridos jóvenes? Nada más que, observadas las debidas proporciones, florezcan los días felices del antiguo Oratorio. Las jornadas del afecto y de la confianza cristiana entre los jóvenes y los Superiores; los días del espíritu de condescendencia y de mutua tolerancia por amor a Jesucristo; los días de los corazones abiertos a la sencillez y al candor; los días de la caridad y de la verdadera alegría para todos. Necesito que me consoléis haciendo renacer en mí la esperanza y prometiéndome que haréis todo lo que deseo para el bien de vuestras almas. Vosotros no sabéis apreciar la suerte que habéis tenido al estar recogidos en el Oratorio. Os aseguro delante de Dios que basta que un joven entre en una Casa Salesiana, para que la Santísima Virgen lo tome en seguida bajo su celestial protección. Pongámonos, pues, todos de acuerdo. La caridad de los que mandan, la caridad de los que deben obedecer, haga reinar entre nosotros el espíritu de San Francisco de Sales. íOh, mis queridos hijos!, se acerca el tiempo en que me tendré que (**Es17.105**))
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