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((**Es16.501**) >>Qué haría el pobre Luis? >>Voy a dormir, decía, en un blando lecho, mientras Jesús está en el doloroso madero de la cruz? íNo, eso no! Y entonces, para atormentarse durante el sueño, tomó unas piedrecitas, unos ásperos trocitos de madera, y los puso bajo las sábanas para que lo punzaran de noche. >>Pero, Dios mío, decidme por qué hacía Luis tantas penitencias, tantas mortificaciones? >>Era acaso por causa de sus pecados? Pero, si no cometió culpa alguna. >>Era tal vez por las tentaciones? Pero, si las venció de forma que nunca pudieron con él. íAh!, ya sé por qué: para enseñarme a mí, para enseñarnos a todos nosotros a tomar firme y constante resolución de imitarle, al menos en parte, en las penitencias que nos sean posibles. Estas virtudes que os hemos bosquejado son suficientes por sí mismas para hacer a uno santo y tal precisamente era proclamado Luis en todas partes. Sin embargo, no bastaba esto todavía; quedábale por cumplir la más grande de sus acciones, el más glorioso de sus triunfos, dejar el mundo y entregarse enteramente a Dios. Encontrábase Luis en una edad capaz de discernir el estado que debía elegir; veía abierto ante sus ojos el camino de los honores, del fausto, de la grandeza; estaba dotado de talento y óptimas cualidades personales, era hijo primogénito y heredero de la casa Gonzaga; amado hasta el delirio por sus padres, respetado y querido por los súbditos, honrado por emperadores y monarcas, todo le invitaba a caminar por el campo de la gloria. Pero él, como un verdadero filósofo de Cristo, razonaba así en sus adentros: ->>Cuánto durarán estas riquezas? A lo más hasta mi muerte y, después, he de dejarlas. >>Qué será de esta gloria, este honor, esta grandeza mundana? No sé si llegaré a alcanzarla. >>Cuánto durará, dado que se llegue a ello? Ah, con la muerte acaban la vanidad, los placeres, la gloria y la grandeza. Y, >>qué me aprovechará todo esto para la eternidad? quid hoc ad aeternitatem? >>Así, pues, qué hará? >>Luis, qué harás? -Buscaré otros honores, otras riquezas que sean capaces de contentar mi corazón y hacerme feliz algún día. Lejos de mí honores y grandezas; lejos, fausto mundano; yo quiero a Jesús, y sólo Jesús será mi tesoro y mis riquezas. Y así, como una ave se alegra al volar por el aire, pero no queda satisfecha hasta posarse tranquila en su nido, así Luis encontró un lugar que fuese su centro, donde pudieran descansar todos sus afectos, turtur invenit nidum ubi ponat pullos suos; y esto era dar un puntapié al mundo y a sus halagos, y hacerse religioso. Su madre, mujer verdaderamente piadosa, le había manifestado varias veces el deseo de tener un hijo religioso. -Mamá, díjole un día Luis, yo creo que Cristo quiere cumplir vuestro deseo y que ese religioso seré yo mismo. ((**It16.610**)) Luis manifestó este deseo en el monte Crea, lo descubrió en Florencia en la iglesia de la Santísima Anunciación, cuando a sus nueve años, hizo voto de perpetua castidad. >>Pero, cómo cumplirlo? Tan pronto como él manifestó esta inclinación a sus padres, no es para dicho cuántos conflictos, cuántas oposiciones se le hicieron. Los de Castiglione le querían por señor y la familia para sucesor; los amigos lo exhortaban a hacer lo contrario, se oponían los parientes, excepto la madre; y el padre, sin más miras que el bien temporal, se negó en absoluto. Pero Luis, sabedor de que aquel impulso le venía del Señor, a El se dirigió y encomendó. Después de largas oraciones, ayunos y mortificaciones, fue escuchado de la manera siguiente. Un día, después de cinco horas de oración, se sintió movido interiormente por un celestial impulso a presentarse a su padre e intentar la última prueba. Fue sin tardanza (**Es16.501**))
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