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((**Es16.476**) Me duele que, para alcanzar este favor, no pueda yo ostentar méritos; por ello, pongo toda mi confianza en la bondad de corazón del Padre Santo y en la eficacia de la intercesión de V. E. ante El. Basta que Su Santidad vuelva un instante su alta y benévola atención a mi situación, a los cuatro años de dolorosa suspensión, a la sentencia de la Sagrada Congregación, que no encontró en mi conducta culpa alguna que mereciese tal y tan larga pena, y a la prontitud de espíritu, con que don Bosco y el humilde exponente se sometieron a ejecutar la concordia, y estoy seguro de que no querrá rechazar la súplica de este pobre sacerdote que, en los diecinueve años de su sagrado ministerio, en la dirección de Seminarios menores, en la frecuente predicación y en las varias obritas escritas y divulgadas, no tuvo más mira que la gloria de Dios, la salvación de las almas, la defensa de la Iglesia y el honor de su cabeza visible. V. E. podría tal vez replicarme: -Esperemos al nuevo Arzobispo. Permítame que, con toda humildad, añada todavía dos breves observaciones. Cualquiera que sea el nuevo Arzobispo que nos dé el Sapientísimo Pontífice, estará más o menos informado de la desagradable cuestión que tuvimos con su antecesor y, por tanto, antes de poder tomar una medida con conocimiento de causa, se vería obligado a informarse de la larga y dolorosa historia; mientras tanto, pasaría quién sabe cuánto tiempo; que, por el contrario, Su Santidad y Vuestra Eminencia, como perfectos conocedores que son de las cosas, pueden arreglarlas con pocas palabras, ahorro de tiempo y ulteriores molestias. Además, el nuevo Arzobispo podría contestar siempre: -No creo conveniente deshacer lo que fue determinado por una Autoridad Superior; y, por esto, sería muy probable que dejara las cosas tal como las encontró, y, de este modo, lo que fue juzgado siempre como un apaciguamiento y un hecho pasajero, se convertiría en una disposición permanente y un hecho realizado en perjuicio de un pobre sacerdote, que nunca fue tenido por merecedor de semejante pena. Pero ya he dicho demasiado sobre esto, y no se necesita más para mover el ánimo de V. E. a interesarse por este asunto, que no carece de consecuencias para la gloria de Dios y bien de las almas. Acabo de aludir al nuevo Arzobispo, y, antes de cerrar la presente, quiero notificar a V. E. que nosotros lo esperamos. Estamos con viva expectación y pedimos con todas las veras al buen Dios que nos lo dé verdaderamente iuxta cor suum. Tal será, si en la administración ((**It16.580**)) de esta Archidiócesis, en la disciplina de los estudios, en la dirección del Clero, no pierde de vista al Vaticano y tiene a honra seguir las huellas gloriosas del Padre Santo. Desgraciadamente, durante muchos años nos hemos acostumbrado a oír por estas tierras de labios autorizados que basta escuchar al Papa cuando habla como Doctor Universal; nos hemos acostumbrado a oír críticas descomedidas contra las congregaciones romanas; nos hemos acostumbrado a oír en las aulas del Seminario, en conversaciones privadas y hasta en las reuniones de sacerdotes veteranos y jóvenes discursos y proposiciones con sabor a jansenismo, febronianismo y liberalismo. De ello, se derivaron muchos males. Pero con la gran unión del Episcopado a la Santa Sede, con el espléndido ejemplo de subordinación que, en general, dan los sacerdotes de todas las diócesis de Italia y del mundo entero; con los muchos medios que hoy se tienen para conocer la voluntad y hasta los deseos del Supremo Jerarca de la Iglesia, todo mal cesará muy pronto también entre nosotros, si nuestro futuro Pastor no es áulico, sino papal con toda la fuerza y sentido de la palabra, y no da nunca muestras, ni en público ni en privado, de temer que la Cátedra de San Pedro haga sombra a la de San Máximo, como desgraciadamente ocurrió entre nosotros. (**Es16.476**))
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