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((**Es16.440**) apresuraba a darle los socorros que le pedía para evitar alguna predicción más personal. Pobre Rey, <>; se le había dicho que moriría en Roma, y nunca quería quedarse allí para evitar esta muerte, que le sorprendió, un día, a su llegada a la ciudad eterna y ya no pudo escaparse de ella. * * * >>Queréis que os cuente uno de los hechos más extraordinarios de don Bosco?Catequizaba a los detenidos en las cárceles para jóvenes de Turín y había logrado que los doscientos cincuenta presos se confesaran. Fue a hablar con el director de la cárcel y le pidió autorización para hacer una excursión con todos aquellos presos. -íUsted está loco, padre! Y don Bosco se presentó al ministro Ratazzi. Le pidió lo mismo y recibió la misma respuesta. Insistió. Le ofrecieron doscientos policías; los rechazó y se comprometió a devolver a todos aquellos muchachos, por la tarde a la cárcel. Ratazzi, estupefacto, al fin se rindió. ((**It16.533**)) Y don Bosco, tal como lo había dicho, lo hizo. Llevó a los jóvenes reclusos hasta la villa real de Stupinigi, y, por la tarde no faltó ni uno a la lista del carcelero. Ninguno de ellos había cometido la menor falta, ni se había apartado del camino. En otra ocasión, anunció este hombre extraordinario a sus ochocientos huérfanos que, dentro de un mes, morirían tres de ellos. Algunos amigos le preguntaban los nombres; se negaba a decirlos, pero, a ruegos de ellos, los escribió en un papel que metió en un sobre y selló, y sellado lo guardó en una caja cuidadosamente cerrada y sellada por diversas personas. Un mes después, habían fallecido tres de aquellos muchachos; abrióse el sobre y allí estaban sus nombres. Se cuenta todo esto y mucho más. Se dice, en fin, que el otro día, en la escuela de la calle de Madrid, llevaron a don Bosco a la enfermería, donde había un muchacho gravemente enfermo; lo bendijo y le dijo que fuera al día siguiente a ayudarle la misa. El muchacho se levantó y le ayudó a misa al día siguiente. Sin duda, es difícil hacer el papel de taumaturgo, y añadirá algún actor con poca gracia que es más difícil cuando se llama don Bosco. Esta broma no es muy malintencionada ni tampoco muy difícil. No se presta más que a los ricos, dice un viejo proverbio, y la imaginación popular puede jugar con un hombre que ha hecho un milagro más grande que el de resucitar a los muertos, el de hacer vivir a ciento sesenta mil vivientes, sin estar asegurado para un solo día en el porvenir. Poco a poco se han extendido sus orfanatos por las principales ciudades de Italia, en Niza, en Provenza, en España, en Buenos Aires, en Montevideo; su obra lleva trazas de invadir el mundo; hace falta dinero, siempre dinero y dinero en gran cantidad. La responsabilidad moral y material es inmensa y ese hombre va tranquilo por los caminos, con su sonrisa dulce, su mirada bondadosa y franca, una mirada magnetizadora, que atrae a las multitudes, convierte a los incrédulos, recibe de todas las manos, siempre a tiempo, siempre lo que falta, sin perder nunca una ocasión de hacer el bien y de empujar a los otros a hacer otro tanto. * * * (**Es16.440**))
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