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((**Es16.433**) primero pastor, y más tiempo que san Vicente de Paúl, pues guardó los corderos hasta los quince años. El relato del señor d'Espiney comienza cuando don Bosco fue ordenado sacerdote, a la edad de veintiséis años. Se ve claramente que no habló de sí mismo a nadie. Sólo sus obras lo han dado a conocer; íqué árbol debe ser cuando ha producido tales frutos y cuya vigorosa y serena vejez produce sin cesar nuevos prodigios de fertilidad! Desde que fue sacerdote, don Bosco se puso a disposición del abate Cafasso, director del colegio eclesiástico de San Francisco de Asís en Turín. Este le encargó que visitara las cárceles. El joven sacerdote encontró entre los presos a muchos jóvenes. Estos desgraciados, expuestos en su temprana edad a las peores influencias, abandonados o pervertidos por sus padres, se corrompían todavía más en la cárcel y al salir de ella cometían nuevas fechorías. Don Bosco, desde entonces, no pensó más que en socorrer a los innumerables muchachos pobres y abandonados que vagabundeaban por las calles de la ciudad, y juntarlos para hablarles de Dios, al que ignoraban. Pero, pobre y solo como estaba, >>cómo comenzar el apostolado al que se sentía llamado? Cuando oraba y buscaba en su pensamiento cómo realizar su deseo, la Providencia no le envió un tesoro o un protector, sino algo mejor que todo eso; un huérfano, un vagabundo que, a los quince años, no sabía ni siquiera hacer la señal de la cruz. Era el día 8 de diciembre de 1841, en la sacristía de la iglesia donde don Bosco iba a celebrar la misa y estaba ya para revestirse con los sagrados ornamentos. Entró por casualidad el joven Garelli. El sacristán le ordenó que ayudara ((**It16.520**)) la misa a don Bosco. El muchacho, totalmente incapaz de ello, se negó, y el sacristán, creyendo que lo hacía por mala voluntad, se enojó y lo abofeteó. Garelli rompió a gritar y llorar. Don Bosco se acercó a él, lo consoló y le rogó que asistiese a su misa. Después, le hizo preguntas y comprobó su crasa ignorancia. Empezó entonces a catequizar a Garelli cada domingo en la capilla del instituto de San Francisco de Asís. Garelli llevó a sus compañeros, pobres muchachos que trabajaban de albañiles. Estos llevaron a otros. En tres meses llegaron a ciento, reunidos ante una estatua del seráfico pobre de Asís. Don Bosco los puso bajo la protección de Nuestra Señora Auxiliadora. Los instruía, les enseñaba a rezar, a cantar a coro. Como por ensalmo, el primer oratorio de la obra estaba fundado. Cien muchachos arrancados a la ignorancia y al vicio y conducidos a los pies del Divino Maestro: esto parecía mucho. En 1844 caducaba el tiempo que don Bosco podía estar en el instituto de San Francisco de Asís; pasó entonces como director del pequeño hospicio de Santa Filomena, y tuvo que encargarse también de un refugio fundado por la marquesa Julia de Barolo, que dirigía un sacerdote de origen francés, el abate Borel 1. Don Bosco no tenía allí para reunir a sus queridos muchachos, que llegaban a doscientos, más que una estrecha habitación, un corredor y una escalera donde ellos se apiñaban. En cambio, encontró al abate Borel con un celo y un entusiasmo iguales al suyo y trabajaron juntos como dos viejos compañeros. Pero ellos no podían dar abasto a confesar; y, como cada día eran más los muchachos que iban llegando, necesitaban más espacio. El señor Arzobispo Fransoni, que aprobaba la obra, obtuvo de la marquesa Barolo, en el hospicio mismo, dos habitaciones que don Bosco convirtió en capilla. Una de las dos habitaciones estaba decorada 1 El teólogo Borel no era de origen francés. (**Es16.433**))
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