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((**Es16.432**) origen en Dios se asemejan a ese árbol de Africa, cuyo aroma y cuya sombra sanean la tierra en la que está plantado y, al proteger el trabajo del hombre, permiten que se fertilicen los terrenos pantanosos y desérticos, donde el labrador apenas podía abrir un surco sin hacer brotar efluvios venenosos. Este árbol crece, primero, muy despacio, y su follaje pálido de diversos colores a duras penas se eleva por encima de las espinas. De repente, creo que a los cinco años, crece con una rapidez maravillosa y alcanza las proporciones de los robles de nuestros bosques de Francia. Lo mismo ha sucedido con las órdenes religiosas fundadas en otro tiempo y, en nuestros días, se ha ofrecido el mismo espectáculo a las miradas de los ángeles y de los hombres. No hace muchos años, hacia 1840, un joven sacerdote rescataba con gran trabajo las ruinas de una abadía; dos obreras bretonas recogían en su buhardilla a una vieja abandonada; unas jóvenes alsacianas que se dedicaban a rezar por la conversión de los judíos, aún después de haber favorecido a una persona con un milagro, pasaron sin llamar la atención de nadie y fueron ignoradas largo tiempo. Hoy el mundo entero conoce a los Benedictinos de Solemnes, a las religiosas y a los sacerdotes de Sión, a las Hermanitas de los Pobres, y muchas otras obras más que, tan desconocidas como éstas en un principio, han crecido pasando como ellas por las sucesivas pruebas de la oscuridad, del éxito y de las persecuciones. >>Por qué no nos preocupamos por poner de relieve los trabajos de estos humildes servidores de Dios que, refiriendo a él solo toda alabanza y toda gloria, preparan el rescate de las naciones castigadas por la justicia divina? >>Por qué nos dejamos aturdir y desesperar por el ruido de un mundo enloquecido? Sin embargo, produce una gran alegría, un descanso dulce y saludable leer un relato parecido al que voy a analizar, relato breve, vivo, de una sencillez encantadora, que leí de un tirón, diciendo para mis adentros: volveré a leerlo. >>De dónde me vino este invierno este folleto, con cosas tan amables y maravillosas y tan bien dichas? Me vino de Niza 1; parecía traerme el perfume de sus rosas, la la serenidad de su cielo ((**It16.519**)) y de sus olas azules. No conozco al autor. Cosa rara y digna de alabanza: no dice una palabra de sí mismo. Ni una frase de jactancia. No ha pensado más que en su modelo. En Niza todo el mundo conoce a este don Bosco, cuyos rasgos ha dibujado tan fina y ampliamente. Esta pura y jovial figura, esta dulce luz brilla ya hace mucho tiempo en el norte de Italia, en Roma, en América y en el mediodía de nuestra Francia, pero en París, las brumas no han dejado llegar todavía más que un poco sus rayos. En efecto, intente usted hablar de don Bosco, y eso en muy buena compañía, y ya verá usted. ->>Conoce usted a don Bosco? -No. ->>Y usted? -Un poco. >>No es un cura de Turín o de Roma que se dedica a obras de bien, a patronatos? Eso creo yo. Se dice que estuvo loco. -Yo le creía muerto. >>Vive? íAh! mejor. De cien personas preguntadas, noventa os responderán así. Si don Bosco ya hubiese muerto, con una sola palabra os diría lo que es. Pero vive; no le molestemos. Con gran dificultad, ha podido el autor del librito, que tengo ante mis ojos, recoger algunos detalles sobre este hombre de Dios. Don Bosco fue 1 Dom Bosco, por el Dr. d'Espiney. Malvano-Mignon, 18, calle Gioffredo, Niza. Desde entonces, ha aparecido una nueva edición en M. Adolfo Josse, librero, 31, calle de SŠvres, en París. (**Es16.432**))
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