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((**Es16.411**) de la pluma y el sacerdote apóstol de la caridad obtuvieron la admiración y los homenajes. Hay puntos de contacto entre estos dos hombres gloriosos en la Iglesia, bienhechores de la sociedad y, aun cuando lucharon en campo diverso y con distintas armas, sin embargo, los dos sacaron de la misma fuente la vida, que les ha hecho grandes, y el vigor de su actividad. Puesto que la voz pública los ha asociado en la gloria, en la Babilonia francesa, permítasenos tocar rápidamente los puntos de semejanza entre estos dos hombres eminentes. Uno y otro proceden de familia humilde y de apariencias modestas, dotados de inteligencia despierta y vigorosa, de corazón magnánimo y carácter inquebrantable. Pero su grandeza tiene el cimiento en la fe; no los apoya el mundo, no cuentan con la protección de los poderosos, ni con el auxilio de los gobiernos; y, sin embargo, sus obras son tan grandiosas que los gobiernos de Italia y de Francia no supieron hacer nada que se les asemeje y Napoleón III dio a Veuillot el gran testimonio de su temor; el Gobierno italiano, que odia al clero y a la Iglesia, respeta los institutos de don Bosco, de la misma manera que las fieras lamían, a veces, con reverencia y respeto al mártir entregado a sus colmillos y a sus garras. Diversa es la misión y el campo de labor de estos dos hombres suscitados por la Providencia, pero el espíritu se armoniza admirablemente y conduce su trabajo a un mismo intento: salvar a la sociedad de la Revolución para llevarla a Dios. El italiano es llamado, en el campo de la caridad, a sacar las almas de la corrupción, a bendecir, a confesar, a apacentar, a recoger en los colegios a la juventud, que el estado y la sociedad egoísta abandonan en las plazas, como presa de la ignorancia, de la miseria y del vicio. Don Bosco no tiene voz para hablar a un gran auditorio, no es una figura majestuosa, sin embargo, París se ha volcado a su alrededor y el nombre de don Bosco corre en boca de todos: <<>>Dónde está?, >>qué hace?>>. Todos van a él, porque quieren su bendición, quieren oír su palabra, quieren encomendarse ((**It16.495**)) a sus oraciones. >>Qué es esta fuerza mágica, que causa tanta admiración y tan espléndidos homenajes? Es la caridad cristiana. Ahora bien, hace pocos días este mismo pueblo, estos mismos labios aclamaban a Luis Veuillot. El francés era un seglar, era un pensador, un escritor, un periodista. <>, escribió uno de sus admiradores; tenía una generosidad ilimitada, han afirmado los que la han experimentado; tenía un corazón sencillo, ingenuo, dulce, angelical, confiesan los que le han conocido; pero Dios le había llamado a una misión especialísima para nuestros tiempos. El fue llamado a luchar en el campo de las inteligencias, a luchar contra la revolución docta, a arrancar las inteligencias de la esclavitud del error. Su trabajo fue esencialmente batallador, precisamente por ser especulativo: su combate, fue agresivo, porque los derechos de la verdad son incontrastables y no están sujetos a ninguna colisión contra el error. Y fue tanto más terrible cuanto más especiales eran las condiciones en que encontró el error y los partidarios de las falsas doctrinas. Fue acusado de hombre iracundo, fue denunciada la amargura de los golpes, con que separaba netamente la verdad del error; pero >>quién no sabe que, en el terreno de las especulaciones y de las teorías, la verdad no conoce la caridad, la verdad es intransigente, es decir, es inmaculada y cándida como la fuente divina de donde mana? Los acusadores pasaron, los transigentes, los católicos liberales, los <>, todos los que amaron las aguas turbias pasaron. París y toda Francia, rinden hoy homenaje a la grande y dulcísima alma de Luis Veuillot, que ha igualado en caridad y dulzura a don Bosco. Aquél se batió contra el enemigo para que soltara la presa, y éste la recogió cuando la abandonó el enemigo; aquél señalaba las fuentes envenenadas, (**Es16.411**))
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