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((**Es16.399**) estampas, etc. Una señora escritora nos entregó su pluma para que se la bendijera; otras nos han traído plumas nuevas para que don Bosco las usara firmando autógrafos y quedárselas después como reliquias; otras, más avispadas, mientras el santo se ve rodeado de gente, en el momento de la bendición general, le cortan mechones de cabellos o trocitos de su sotana. Yo distribuyo, en la puerta de la salida, Boletines Salesianos para hacer conocer la obra de don Bosco. íCuántos pequeños <> hubiéramos podido colocar así! Pero la gran delicadeza de la señorita de Sénislhac no nos permitió aprovechar esta circunstancia. Un librero, al advertir que se entregaban como billetes de entrada unos sencillos ((**It16.480**)) papeles en blanco, nos ha enviado, y nos sigue enviando, cada día un paquete de tarjetas suyas: por un lado, está su dirección y los libros de don Bosco de los que él es depositario; y, por el otro, yo escribo el día de la audiencia y el número de orden. Nadie puede hacerse idea de la prisa de la gente, a la una de la tarde, para alcanzar el primer puesto en la dichosa mesa de inscripción. En medio de muchas señoras deseosas de visitar a don Bosco y que alegan, para conseguir su plan, toda clase de títulos y recomendaciones posibles, hay una gran masa que viene empujada por inconsciente curiosidad. En el momento de entrar, se nos hacen preguntas como éstas: <<>>Qué es lo que se dice?... >>Cómo se le habla a don Bosco?... >>Qué curaciones obra don Bosco?... >>Hay que hablarle de rodillas?..., etc.>> Viernes, 27. Recibimos hoy a monseñor Perraud. Poco antes de su llegada, la señora de Bouillé ha venido provista de una tarjeta, en la que el señor Cura Párroco de la Madeleine nos ruega obtengamos de don Bosco que haga una visita al nieto de los dos Bouillé, muertos en Patay, enarbolando la bandera del Sagrado Corazón. La tarjeta estaba humedecida por las lágrimas de la afligida señora, que me contó que el niño era víctima de la fiebre tifoidea y los médicos no daban ninguna esperanza de curación. Me pidió agua de Lourdes que yo le di, prometiéndole hacer lo posible ante don Bosco, y, acordándome de lo que sucedió ayer con la señora de St.-Phalle y una enferma, le dije que haría bien, en enviar hacia las cinco de la tarde, una persona de su familia y un coche para trasladar al santo varón. Habiendo solicitado audiencia los reverendos padres Godard y Lenoir, introduje al padre Lenoir; no pude hacer otro tanto con el padre Godard: el reverendo De Barruel estuvo tremendo. Hacia la mitad de la audiencia, subió para revisar la correspondencia de don Bosco; yo le dejé en su trabajo y pensando no tardar en presentarle la súplica de la señora de Bouillé. Estaba en mi puesto, cuando me llamó la atención una animada conversación en el fondo de la escalera. De repente una señora se acercó a mí, totalmente descompuesta, lanzando lamentables gemidos que suscitaron la compasión de la muchedumbre que llenaba la antesala. Era la duquesa Salviati, cuya encantadora hija, de dieciséis años de edad, estaba entrando en agonía. Quería llegar hasta el reverendo De Barruel y obtener a toda costa la visita de don Bosco. Tras algunas vacilaciones, fui finalmente a buscar al secretario, que llegó para ser testigo de una escena de lágrimas y prometer la solicitada visita. Al marcharse la señora, acudí al reverendo De Barruel para presentarle la súplica en favor de los Bouillé y la tarjeta del señor cura párroco de la Madeleine. Apenas si me escuchó y rehusó la súplica en términos que no dejaban la posibilidad de insistir. Pero yo confiaba en que mi pequeño consejo sería seguido. En efecto, a las cinco y media de la tarde se detuvo un carruaje en el patio; el tío del jovencito enfermo, acompañado del padre Argant, se acercó a mí... >>Cómo hacer para interrumpir la audiencia? Don Bosco estaba allí desde hacía apenas ((**It16.481**)) una hora y le aguardaban más de cien personas después del mediodía. El reverendo De Barruel, presente en el descansillo, se mantenía inflexible como una roca ante el (**Es16.399**))
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