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((**Es16.371**) veces con este sencillo artificio. El avergonzar en público debe quedar como remedio extremo. Algunas veces, servíos de otra persona de autoridad para que lo avise y le diga lo que no podéis y quisierais decirle vosotros mismos; que le cure la vergüenza que siente y lo disponga a volver a vosotros; buscad a aquél, con quien el muchacho pueda abrir más libremente su corazón y descargar su pena, ya que, tal vez, no se atreve a hacerlo con vosotros, porque duda de que se le prestará fe, o porque el orgullo lo induzca a creer que no lo debe hacer. Sean estos medios como los discípulos que Jesús solía enviar delante de él para prepararle el camino. Hágase ver que no se quiere más sumisión que la razonable y necesaria. Esforzaos por actuar de manera que el culpable se condene por sí mismo y no quede por hacer más que mitigar el castigo aceptado por él. Una última recomendación me queda por haceros, sobre este tema. Cuando logréis ganar este ánimo indomable, os ruego que no sólo le dejéis la esperanza de vuestro perdón, sino también la de que él podrá, con una buena conducta, borrar la mancha que hizo con sus faltas. 4. ° Conducíos de modo que dejéis al culpable la esperanza de poder ser perdonado. Hay que evitar la angustia y el temor inspirado por la corrección y añadir una palabra de aliento y consuelo. Olvidar y hacer que se olviden los tristes días de sus yerros es el arte supremo de un buen educador. No se lee que el buen Jesús haya recordado a la Magdalena sus extravíos; asimismo es sabido con qué delicadeza paternal hizo que san Pedro confesara y se arrepintiera de su debilidad. También el niño quiere quedar convencido de que su superior tiene firme esperanza de su enmienda; y sentir de este modo que su caritativa mano de padre lo vuelve a colocar en el camino de la virtud. Se obtendrá más con una mirada de caridad, con una palabra de aliento, que preste confianza a su corazón, que con muchos reproches, los cuales no hacen más que inquietar y acobardar su vigor. He visto con este método verdaderos conversiones, que parecían imposibles de otro modo. Sé que algunos de mis más queridos hijos no se ruborizan por confesar que fueron ganados de esta manera ((**It16.445**)) para la Congregación y, por consiguiente, para Dios. Todos los jovencitos tienen sus días peligrosos y ílos tenéis también vosotros! Y íay de nosotros, si no nos esmeramos en ayudarlos para pasarlos aprisa y sin reproches! A veces basta hacerle creer que no se piensa que haya procedido con malicia para impedir que recaiga en la misma falta. Serán culpables, pero desean que no se los tenga por tales. íDichosos nosotros, si sabemos servirnos también de este medio para educar a estos pobres corazones! Tened por cierto, queridos hijos míos, que este arte, que parece tan fácil y tan impropio para lograr buenos efectos, hará provechoso vuestro ministerio y os ganará ciertos corazones, que fueron y serían mucho tiempo incapaces, no sólo de buen resultado, sino hasta de buenas esperanzas. 5.° Qué castigos deben emplearse y por quién. Pero, >>es que nunca habrá que castigar? Sé, queridos míos, que el Señor quiso compararse a una vara vigilante, virga vígilans, para apartarnos del pecado, aun por miedo al castigo. Por lo tanto, también nosotros podemos y debemos imitar con mesura y sensatez la conducta que Dios quiso trazarnos con esta eficaz figura. Empleemos, pues, esta vara, pero sepamos hacerlo con inteligencia y caridad, para que nuestro castigo sirva para mejorar al educando. Recordemos que la fuerza castiga al vicio, pero no cura al vicioso. No se cultiva la planta, tratándola con ruda violencia, y tampoco se educa la voluntad, cargándola (**Es16.371**))
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