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((**Es16.369**) mandar, aprendamos antes a obedecer y procuremos hacernos amar antes que temer. Y, cuando la reprensión es necesaria y hay que cambiar de sistema, ante ciertos caracteres, que es forzoso domar con el rigor, es preciso saber hacerlo de manera que no se trasluzca señal alguna de pasión. Y aquí viene espontánea la segunda recomendación, que yo titulo así: 2. ° Procurad escoger el momento oportuno para las correcciones. Cada cosa a su tiempo, dijo el Espíritu Santo, y yo os digo que, cuando se presenta una de estas necesidades, se precisa también una gran prudencia para saber elegir el momento oportuno de la reprensión, ya que las enfermedades del alma deben ser tratadas, al menos, como las del cuerpo. No hay nada más peligroso que un remedio mal aplicado o a destiempo. Un médico sapiente aguarda a que el enfermo se halle en condiciones para que se le aplique, y espera para ello el instante favorable. Y nosotros podremos conocerlo por la experiencia perfeccionada con la bondad del corazón. Esperad, ante todo, a ser dueños de vosotros mismos, no deis a conocer que obráis impulsados ((**It16.442**)) por el mal humor o la cólera, porque entonces perderíais vuestra autoridad, y el castigo resultaría perjudicial. Recuerdan los profanos el famoso dicho de Sócrates a un esclavo, del que no estaba contento: Si no estuviese enfadado, te pegaría. Los pequeños observadores, como son nuestros alumnos, captan inmediatamente por ligera que sea, la alteración del rostro o el tono de la voz, si es el celo de nuestro deber o el ardor de la pasión lo que encendió en nosotros aquel fuego. Entonces no se necesita más para hacer perder el buen efecto del castigo: ellos, aunque jovencitos, saben que no hay derecho a corregirlos más que con la razón. En segundo lugar, no castiguéis a un muchacho en el mismo instante en que falta, por temor a que, no pudiendo todavía confesar su culpa, vencer la pasión y percibir toda la importancia del castigo, no se exaspere y cometa otras faltas y más graves. Hay que darle tiempo a reflexionar, a recapacitar en su mundo interior, a ponderar toda su culpa y, al mismo tiempo, la justicia y necesidad del castigo, y así ponerle en condición de sacar provecho del mismo. Me ha hecho pensar la conducta, que el Señor quiso tener con san Pablo, cuando éste estaba todavía spirans irae atque minarum (enardecido en cólera y lanzando amenazas) contra los cristianos; y me pareció ver en ella la norma para nosotros, cuando topamos con corazones que recalcitran contra nuestras indicaciones. No lo derribó el buen Jesús enseguida, sino después de un largo viaje, después de haber podido reflexionar sobre su misión, lejos de cuantos habrían podido animarle a perseverar en la resolución de perseguir a los cristianos. Por el contrario, ya a las puertas de Damasco, se le manifiesta con toda su autoridad y poder y, al mismo tiempo, con fuerza y mansedumbre le abre el entendimiento, para que conozca su error. Y fue, precisamente en aquel momento, cuando se mudó la índole de Saulo perseguidor para convertirse en apóstol de las gentes y vaso de elección. En este divino ejemplo querría yo que se detuviesen mis queridos Salesianos, y con iluminada paciencia e industriosa caridad, aguardaran, en nombre de Dios, el momento oportuno para corregir a sus alumnos. 3.° No deis pie a la más mínima idea de que se actúa por pasión. Difícilmente se mantiene, cuando se castiga, la calma necesaria para alejar toda duda de que se actúa para demostrar la propia autoridad o desahogar la pasión. Y cuanto mayor es el despecho con que se procede, tanto menos se da uno cuenta de (**Es16.369**))
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